LA MORAL, LA ÉTICA Y LA POLÍTICA
Ignacio Pinacho
10 de
diciembre de 2004
Casualmente
el 9 de diciembre del presente, que la ONU lo ha declarado como el “Día
Internacional contra la Corrupción”, en varios medios de comunicación apareció
una declaración del presidente nacional de Convergencia donde sostiene que “la
moral y la ética hay que dejárselas a los sacerdotes y a la iglesia” como uno
de los recursos discursivos para defender la postulación de las esposas como
candidatas y que sucedan, inmediatamente, en el poder político a sus maridos.
Esta declaración puede parecer una ironía, como lo sostiene un periodista, sin
embargo la declaración refleja y describe el perfil de uno de los tantos
políticos que tenemos en nuestro país y que nos han “ayudado” a colocar a la
política en los niveles más bajos de aceptación entre la ciudadanía.
Para
Dante Delgado no existe una relación -y no dudo que entre muchos otros y otras-
entre la ética, la moral y la política. En otras palabras, a los clérigos les
dejamos la ética y la moral, y a los políticos les dejamos lo demás. ¿Qué será
lo demás? ¿El poder a costa de todo? ¿Lo importante es el fin y no los medios?.
Quienes
pensamos que la ética sí tiene una relación concreta con la política es porque
nos preocupa el grave deterioro de la acción pública y los efectos nefastos que
provoca en la vida social y política. ¿Si en el ámbito clerical la moral y la
ética están deterioradas como será en el ámbito político? ¿O cómo nos podríamos
explicar la percepción que tiene la ciudadanía de los políticos y de los
partidos? ¿No es posible explicárnoslo desde un punto de vista ético? ¿O como
se lo explicarían los políticos?
Dice
Fernando Savater, uno de los filósofos prominentes del mundo contemporáneo, que
la ética es la actitud y la intención del individuo frente a sus obligaciones
sociales y personales. Queriendo decir con ello que la ética no se circunscribe
exclusivamente al ámbito de lo privado porque, como dice el mismo, la ética
debe de servir para vigilar a la política.
Si
algo debe de preocupar a la clase política de este país es precisamente sus
acciones personales que tienen un efecto público; sus acciones personales en el
ámbito privado no nos interesan, esas se la dejamos al mundo de la farándula. A
diferencia de Dante Delgado yo sostengo que la intención de una persona de
suceder, inmediatamente, a un consanguíneo, esposa o esposo en el poder
demuestra no sólo un problema ético, sino que también refleja la visión
trasnochada que tienen de la democracia y del poder público.
Quienes
nos oponemos a esa práctica hemos sido muy claro: no es un problema legal ni de
genero, ni mucho menos de coartarle derechos individuales a las personas. De
ahí la intención que existe, entre diversos Diputados y Senadores de todos los
partidos, para reformar y adecuar los requisitos no sólo para ser presidente de
la República, sino también para ser gobernador y presidente municipal. La
democracia, desde su origen, es un asunto de todos y para evitar que tenga
vueltas al pasado es indispensable su perfeccionamiento; reformar nuestra carta
magna para evitar que se instalen en el poder las dinastías y noblezas. El
poder político por su naturaleza es
público y para democratizarlo y transparentarlo se requieren de reglas y
candados, que eviten la reproducción de vicios y prácticas que resguardan los
intereses privados por encima de los públicos y sociales.
Respecto
a la ética, hay una serie de éticas concretas de acuerdo con la
actividad, el puesto o el papel social que cada uno desempeña. Hay cosas
perfectamente lícitas y admisibles para un particular que no lo son para un
político. Cita el filosofo español que: recibir regalos y obsequios no es nada
moralmente ilícito para cualquiera de nosotros, en cuanto somos ciudadanos
privados; en cambio, si yo ocupase un alto puesto político y recibiera esos
regalos orientados a ganar mis favores en un sentido o en otro del desarrollo de mi función pública, ya es distinto. ¿Es lo
mismo heredar del esposo, esposa o consanguíneo un bien privado o un bien
público como lo es el poder político?
Una
de las vinculaciones más claras de la ética con la política (deontología
concreta) tiene que ver con la forma de ejercer el poder público. Por ello,
dice Savater, “la deontología de un político es negarse al secretismo, negarse
al oscurantismo y favorecer la transparencia de la gestión pública, el hecho de
que los ciudadanos en cualquier momento puedan preguntar: yo quiero saber qué
ha pasado allí, quiero que se me explique ... porque la transparencia es el
pacto de honradez entre el político y los ciudadanos”.
Los
pactos acordados para respaldar las candidaturas de las esposas de los
gobernadores de Tlaxcala y Nayarit no es un asunto privado o solamente un
asunto legal, son un asunto público y de ética política, asuntos que deben
transparentarse y explicarse para que la política no siga hundiéndose en el
pantano.
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