DISENTIR EN
CONVERGENCIA
Ignacio Pinacho
10 de junio
de 2004
Mi
asistencia, el pasado 5 de junio, al Consejo Nacional de nuestro partido me
hizo reflexionar un asunto nodal de la democracia: el derecho a disentir. Días
previos a la sesión, algunos dirigentes del partido, llamaron en petit comité a
distintos Consejeros Nacionales. Los conminaban
a cerrar filas y a evitar cualquier brote de descontento en la sesión
del Consejo.
Previo
a la sesión de la Comisión Política, un día antes del Consejo, hicieron lo mismo con otros tantos; el
sábado, en un desayuno con los presidentes de los comités estatales y otros
dirigentes, abordaron temas que bien pudieron ser comentados y discutidos en el
pleno del Consejo. Además, su sistema de organización se distinguió por un
amplio e innecesario sistema de seguridad, y una distribución “estratégica” de
los Consejeros en el salón de sesiones.
Cabría
preguntarse ¿a qué se debieron todo este tipo de acciones y medidas? ¿Se
debieron al temor del rumor que corrió previo al Consejo? ¿Son formas de
asegurar y amarrar los “grandes acuerdos” en el Consejo? ¿O son medidas para
disminuir los disensos al interior del partido?. No me queda la menor duda que
este tipo acciones, conjuntamente con la falta de apertura al debate político,
están creando dos tendencias muy peligrosas, que pueden sentar sus reales, al
interior de Convergencia.
La primer
tendencia tiene que ver con la intolerancia
a cualquier punto de vista que no sea el suyo o el del supremo,
llegándose al ridículo infantilismo de cortarle el saludo a quién no comparte
posiciones; o de solicitar “medidas disciplinarias” para los que promovemos el
debate en el ciberespacio. La segunda se manifiesta en aquellos que les gusta
“ponerse de alfombra” para alcanzar, a toda costa, propósitos personales y
políticos. Ambas tendencias no son separadas, sé retro-alimentan y crean un
ambiente asfixiante para impulsar la transición a la democracia en nuestro
partido.
Pueden
ser varias las causas que explican esta situación, pero que podríamos resumir
en dos. La primera tiene que ver con la arraigada cultura centralista y
autoritaria del viejo régimen. La segunda se debe a que contamos con “reglas no
escritas” que se deciden al margen de los estatutos, sin que éstos cuenten con
los candados y postulados que contrarresten las prácticas antidemocráticas y
personalistas. Tanto en el ámbito nacional como en el ámbito de los estados, en
términos generales, cada quien hace lo que cree conveniente. Esto explica, a la
vez, la ausencia de una institucionalidad sólida en nuestra vida partidaria.
Para
contrarrestar estas prácticas y manifestaciones “culturales” es fundamental
cultivar todos y cada uno de los valores de la democracia en nuestro quehacer
político, así como hacer valer la institucionalidad de cada uno de los niveles
de organización y dirección política del partido.
Por
lo mismo, el disenso no sólo debe suscribirse como un derecho constitucional,
sino como uno de los valores esenciales de la democracia; como parte sustancial
de una nueva cultura política. Si el disenso se suprime, por cualquier vía, la
democracia deja de existir. La democracia tampoco es ni únicamente el ejercicio
de las mayorías, sólo es una parte, no el todo. Votar sin tener debate y
claridad de las posiciones es pura simulación.
Los
que disentimos de las prácticas del pasado no debemos sentir temor: la
democracia y el derecho nos asisten y resguardan; quienes intentan suprimir el
disenso con medidas disciplinarias y la exclusión política tienen el chips del
viejo régimen, como dice nuestro presidente del partido.
En
pocas palabras, el disenso es un derecho de los ciudadanos para dejar de ser
súbditos.
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