¿ENTRE QUÉ FUERZAS POLÍTICAS
UN GOBIERNO
DE COALICIÓN?
Ignacio Pinacho
20 de
julio de 2006
Los
resultados electorales del pasado dos de julio, emplazan a las principales
fuerzas políticas a poner sobre la mesa la viabilidad de instaurar en nuestro
país un gobierno de coalición. El nuevo presidente de la república tendrá que
garantizar en el congreso de la unión una mayoría estable, que le permita gobernar
con eficacia y con estabilidad políticas.
La
pregunta sería ¿Entre qué fuerzas políticas es deseable y/o viable un gobierno
de coalición? La respuesta no es sencilla. Si bosquejamos un gobierno de
coalición a partir de lo que cada candidato planteó durante su campaña, nos
encontraríamos con serias dificultades para hacer confluir puntos de coincidencia
entre una u otra plataforma política, a pesar de que en propósitos existen acuerdos
en lo fundamental.
Para
no meterse a escudriñar los instrumentos que cada plataforma política plantea,
es mejor analizar la posibilidad de un gobierno de coalición a partir de lo que
el mandato ciudadano determinó el dos de julio: continuidad, estabilidad y
cambio. Esto significa que en la plataforma de un gobierno de coalición se
deben definir tanto las políticas públicas que deben mantenerse y las que deben
de cambiarse. “Implica la fusión de distintas agendas, visiones y programas de
acción pública en un solo proyecto, en el cual se comprometen dos o más fuerzas
políticas. Implica la cesión de preferencias iniciales y el establecimiento de
prioridades conjuntas.”[1]
Las
experiencias internacionales nos han demostrado que los gobiernos de coalición o
de cohabitación[2],
se integran por los dos partidos políticos que logran la mayoría de escaños en
el congreso, no siempre es así pero ha sido una regla general. Si nos remitimos
a la experiencia en nuestro país, la situación fue distinta en dos casos,
particularmente durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari y con la
coalición frustrada a inicios del gobierno de Vicente Fox.
En el
sexenio de 1988-1994, el Jefe del Ejecutivo adoptó dos líneas estratégicas de gran
relevancia. Por una parte, aplicó una serie de acciones políticas y sociales
que le permitieron recuperar la legitimidad que no había alcanzado en las urnas
el seis de julio de 1988. Y por otra, pactó con el Partido Acción Nacional una
serie de reformas constitucionales y de políticas públicas que le permitiera
gobernar sin sobresaltos.
La coalición de facto
entre la primera y tercera fuerza política en ese entonces, PRI y PAN
respectivamente, fue viable en la medida que el partido del presidente había
perdido la mayoría calificada en el congreso pero, también, en la medida que el
panismo vio con buenos ojos la realización parcial de su plataforma política:
reformas constitucionales de los artículos 3ro., 27 y 130; y otras reformas a leyes
reglamentarias. La coalición no fue una alianza duradera y estable, pero si
puntual en torno a puntos de coincidencia.
Durante
el gobierno de Vicente Fox, la posibilidad de una coalición de facto, entre la primera y segunda fuerza política, se
frustró en la medida que el PRI no se sostuvo en lo pactado. Tampoco el
Ejecutivo Federal fue capaz de cuajar una alianza puntual con la tercera
fuerza, en este caso el PRD. No obstante que el perredismo tuvo en sus manos esa posibilidad, semanas antes de la
elección presidencial de julio del año 2000.
Si el
Tribunal Electoral del Poder Judicial determina la presidencia de la república a
favor de Felipe Calderón, ¿Quién dirá que sí a la coalición? ¿Será el PRD o
será el PRI? Si el perredismo hiciese
caso al mandato de las urnas tendría que ser su partido, y visto desde una
óptica de izquierda esto es lo deseable. Cómo dice Roger Bartra, “Ahora es
todavía más evidente que la coalición política debe ser con la izquierda. ¿Lo
verá la izquierda? Espero que si, que una parte de la izquierda reconozca la
necesidad de un gobierno de coalición…”[3].
Las
confluencias entre izquierdas y derechas siempre han estado presentes. No es un
debate nuevo. Es posible y viable. Citando los conceptos de Bobbio, el maestro
Marcelo Alegre señala: “la izquierda democrática o moderada vertebra sus
propuestas alrededor del valor de la igualdad, pero buscando un equilibrio con
el valor de la libertad, lo que habrá de crear un espacio de coincidencia
parcial con la derecha moderada o centroderecha, y un espacio de fractura con
la izquierda extremista o autoritaria….”[4]
La
posibilidad de una coalición gobernante entre el PAN y el PRD es necesaria, en
la medida que Felipe Calderón está obligado a hacer suya parte de la plataforma
social de la izquierda, y en la medida de que es imprescindible el
debilitamiento de los grupos más derechistas y privilegiados de este país, que
están presentes tanto en algunos sectores del PAN como del PRI. Dejar pasar
esta oportunidad, como sucedió en el año 2000 con Vicente Fox, nuevamente el
PRD se colocaría cómo un partido alérgico
a los acuerdos, que no se asume como una izquierda democrática y plural.
Esto
preocupa, en la medida que el liderazgo de López Obrador ha venido teniendo un
corrimiento distante a la de una izquierda democrática. Cómo dice el Profesor
Roger Bartra: “Desgraciadamente, una parte importante de la izquierda ha dado
un giro conservador y le presenta la espalda a la nueva condición democrática...
Las fuerzas políticas impulsadas por el EZLN y las que encabeza López Obrador
han auspiciado una reacción contra la cristalización de la democracia. En lugar
de fomentar la expansión de una cultura democrática, estas fuerzas han
contribuido -cada una a su manera- a la expansión de las viejas expresiones dogmáticas,
nacionalistas, populistas, paternalistas y autoritarias que se identifican con
el extinto bloque socialista y con la larga dictadura del PRI.”[5]
Si la
izquierda no asume su responsabilidad histórica y no aprovecha su capital
político conquistado, la tercera fuerza política en el Congreso de la Unión
(PRI), seguramente no desaprovechará las condiciones de convertirse en el
partido bisagra y pivote para pactar
una coalición de facto con el Partido
Acción Nacional. El grado de confrontación política generado por el obradorismo en la última etapa del
proceso electoral, está colocando al viejo priísmo como la fuerza política con
la cual el nuevo gobierno tendría que pactar; mientras que el perredismo se vería marginado, una vez
más, de la posibilidad de convertirse en una opción capaz de cogobernar en una
sociedad diversa y plural.
[1] María Amparo
Casar. Pronostican Coalición. Enfoque
REFORMA 16 de julio de 2006.
[2] A diferencia de los regimenes políticos semi-presidenciales o
parlamentarios, dónde las coaliciones gobernantes es producto natural del
diseño constitucional, en los regimenes presidenciales como el nuestro, las
coaliciones gobernantes son de facto y la mayor parte de ellas no son
duraderas.
[4] Bobbio: Derecho, Igualdad y Democracia. WWW.escenariosalternativos.org
[5] La Responsabilidad Moral de la Transición. Pág. 27. Roger Bartra.
Revista NEXOS 336.
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