miércoles, 18 de enero de 2012

ALGUNAS DEFINICIONES PARA UN PROYECTO Y DISCURSO SOCIALDEMOCRATA EN MÉXICO


ALGUNAS DEFINICIONES PARA UN PROYECTO Y DISCURSO
 SOCIALDEMOCRATA EN MÉXICO
Ignacio Pinacho Ramírez
16 de Noviembre de 2001


El titulo de la ponencia refleja no solo mucha ambición, sino probablemente la desesperada necesidad por expresar puntos de vista distintos de los que comúnmente la izquierda tradicional sostiene y bosquejar un proyecto de una izquierda actualizada, renovada, que tenga la cualidad de ser una mejor opción para los ciudadanos y para un gobierno demócrata comprometido con la libertad y la igualdad. Esperamos, por lo menos, provocar la reflexión y  el debate.

Para el caso mexicano, como en otras latitudes, aunque con distintas prioridades programáticas, es posible explorar una tercera opción o tercera vía, en el sentido que es necesario superar el Estado nacional populista y el llamado Estado neoliberal, que han arrojado saldos sociales, económicos y políticos que son urgentes atender desde una perspectiva socialdemócrata.[1]

Tampoco se trata de negar la construcción de instituciones y políticas, así como los obligados ajustes estructurales que impulso el estado mexicano a través de los últimos decenios. Pero si es importante establecer que ya no necesitamos un Estado asistencialista, paternalista y corporativo, pero tampoco un Estado que deje de cumplir sus responsabilidades sociales, dejando a la deriva del mercado la satisfacción de los bienes y servicios que necesita la población.

Cuando hablamos de algunas definiciones para un proyecto y discurso socialdemócrata en México, nos referimos a la toma de posición ante conceptos y temas que pueden ser base ideológica para la elaboración de políticas desde un horizonte socialdemócrata.


1.- Un Estado socialmente responsable. Los desafíos de la globalización, de la revolución tecnológica y los movimientos exorbitantes de capitales, han impactado fuertemente a los Estado-nación, donde los elementos tradicionales de la soberanía nacional están siendo rebasados por los acuerdos supranacionales. En estas condiciones no debemos tener un Estado defensivo, donde la bandera de la soberanía nacional, enarbolada por el nacionalismo revolucionario presente tanto en el PRI como en el PRD, sea la bandera predominante ante el exterior.  Como dice Arnaldo Córdova, no deberíamos de preocuparnos demasiado por la integridad de nuestra soberanía nacional ni, muchos menos, hacer de ella discursos demagógicos. Lo que debemos vigilar muy de cerca son las decisiones que nuestros gobernantes tomen en los movimientos de integración regional. La globalidad no ataca de frente a la soberanía. La autonomía e independencia de los organismos regionales respecto de los Estados es un sueño de opio.[2] La discusión central en nuestra propuesta debe ser en el cómo y en que condiciones debemos de jugar un mejor rol en el escenario internacional: aprovechar todos los avances tecnológicos, los capitales para la inversión y desde luego la llamada revolución de la inteligencia.

Empero, México, a pesar de ser primer lugar productor de plata y sexto productor de petróleo, así como de los países con mayor riqueza en recursos naturales, tenemos el lugar 35 en ingreso per capita y el lugar 41 en inversión interna bruta; su distribución del ingreso es una de las peores del mundo. El 10% de los hogares más pobres capta el 4% de la riqueza y el 10% más rico se queda con el 55.3%. En el campo casi 60% de la población no ha recibido instrucción alguna o no termina la primaria. Debido a estas inequidades México ocupa el lugar 50 en el índice de desarrollo humano, que mide la calidad de vida y el lugar 59 en el índice internacional de corrupción, que mide las percepciones de los propios habitantes sobre la índole moral de su gobierno.[3]
   
De ahí la importancia que el Estado no sólo tenga que ser dinámico y ofensivo en política internacional, sino que internamente asuma su responsabilidad social, porque no es posible seguir teniendo tanto rezagos sociales y un Estado incapaz de cumplir con sus obligaciones constitucionales, particularmente en Educación, Salud, Alimentación, Infraestructura y Vivienda. Las reformas al Estado mexicano en los últimos años estuvieron concentradas en las privatizaciones, utilizando los recursos liberados para programas asistenciales  y para el financiamiento de gastos corrientes. Aquí el error de la izquierda fue que su estrategia fue cien por ciento reactiva y beligerante, cuando la discusión pudo haber sido en el cómo orientar y bajo que marco regulatorio este tipo de políticas económicas, que en todo caso sólo pueden circunstanciales.

Hoy una de las vertientes de la reforma del estado debe ser aquella que logre que el Estado cumpla socialmente su responsabilidad. Y un paso obligado es el impulso de una profunda reforma fiscal que nos acerque por lo menos al 20 por ciento de recaudación con relación al PIB.  La cultura del no pago de impuestos que promueve el PRD desde el gobierno de la ciudad de México no sólo es irresponsable, sino también es la promoción de una política populista y corporativa del viejo régimen. Política de la cual debe deslindarse claramente una opción socialdemócrata. Lo que aquí puede estar a discusión entre nosotros es si la tributación indirecta al consumo debe ser el mecanismo más adecuado, no el único,  para incrementar los ingresos del estado. Quienes nos pronunciamos en que sí, podemos agregar que su sesgo regresivo tendría que ser compensado con una política redistributiva del gasto social.

Lo más importante es que entendamos que necesitamos un estado fuerte, como dice Felipe González, musculoso y sin grasa, en el sentido que tenga agilidad, capacidad de respuesta, responsabilidad ante los ciudadanos, transparencia en su funcionamiento y legitimación democrática, porque la política sólo se legitima socialmente.[4]  Cómo dicen los socialdemócratas europeos, necesitamos más y mejor capital humano, capital social y capital físico.

2.- Políticas macroeconómicas sanas. No es común encontrar en el discurso de las izquierdas la preocupación por mantener un equilibrio fiscal, un control estricto del gasto y mantener baja la inflación, así como impulsar la libre flotación del peso. Estas estrategias, para el caso de México, han estado más identificadas con la derecha, que se explica en parte porque antes de su aplicación teníamos un modelo de desarrollo que sustentaba su política en el endeudamiento, en la sustitución de importaciones y en el control de cambio. No pocos dicen que la lucha contra la inflación es enemiga del empleo y los salarios, cuando a estas alturas está claro que la inflación es el impuesto más duro que puede haber sobre la pobreza, sobre las rentas bajas, sobre los salarios y sobre las pensiones.[5]

Lograr un equilibrio entre la macroeconomía y la microeconomía, implica que nos debe interesar, como dice Ricardo Lagos, los valores como la solidaridad, la equidad, la libertad, pero también debe interesarnos el crecimiento económico, la eficiencia y los equilibrios macroeconómicos.[6] En lo que respecta a la deuda pública, a diferencia de otras visiones, tiene que ser vista como un instrumento para la inversión y no para el financiamiento de gastos corrientes o para programas asistencialistas. No debemos seguir teniendo un Estado que gasta más de lo obtiene por ingresos fiscales. Si tuviésemos la capacidad de ahorro suficiente podríamos hablar de déficit, pero lamentablemente no es nuestro caso. Tenemos que familiarizarnos con el concepto de finanzas públicas sanas, que no es otra cosa que el Estado sea responsable con sus ingresos y gastos.

En el gobierno de izquierda del D. F. se destina la deuda para acciones de filantropía y para obras elementales y corrientes, no aparece la preocupación por la inversión productiva. A Oscar Espinosa Villarreal se le reprochó que en sus seis años de gobierno dejó endeudada la ciudad, cuando a cuatro años de gobierno perredista casi se triplica la deuda que les heredó. Además, se impulsa una política del no incremento de impuestos en servicios fundamentales bajo el argumento de que los pobres no pueden pagar impuestos, provocando con ello la politización de un deber que tiene todo ciudadano. Provocando con ello que los grandes rezagos de la ciudad se pospongan indefinidamente. 

El otro asunto que le da vueltas la izquierda tradicional es el famoso asunto Fobaproa-Ipab. Desafortunadamente México no cuenta con un sistema financiero sano y que cumpla con la función vital de canalizar el ahorro de manera eficiente y equitativa para el impulso del desarrollo social y económico del país. En 1998 se tuvo la oportunidad de cambiar de raíz la política económica en relación a éste asunto porque los partidos tenían conocimiento que desde el presupuesto de 1995 se gastaría mucho dinero para el rescate bancario. Se politizó nuevamente un problema toral de política económica y se terminó por desangrar más la economía, debido, entre otras razones, a la falta de visión de estado de nuestros legisladores y  a los altos grados de corrupción que prefirió cubrir el gobierno en turno.
Con la creación del IPAB se lograron algunos avances para definir las responsabilidades cuando el impacto de los factores externos altere la estabilidad de las instituciones financieras. En especial, la supervisión por parte del congreso y la aprobación que se requiere para que el ejecutivo o el BANXICO acudan al rescate de empresas en problemas, son un paso en la dirección correcta, sin embargo, hay una laguna, producto del carácter limitado de la asistencia que puede prestar el IPAB. Si vuelve a ocurrir una crisis sistémica, sería indeseable que el ejecutivo actuara con discrecionalidad so pretexto de la urgencia de evitar un grave percance.[7]


3.- El libre mercado y la Empresa. Durante décadas el mercado, a pesar de su histórica existencia, fue visto como opuesto a la actividad económica del Estado. A lo mucho se hablo de economía mixta, donde el Estado fue predominante. La izquierda en México siempre estuvo del lado de las nacionalizaciones sin definir sus objetivos económicos y sociales para el desarrollo nacional.

Ante las privatizaciones realizadas por los gobiernos neoliberales su estrategia siempre fue la del rechazo, como si fuera un principio ideológico, sin entender que las privatizaciones pueden ser circunstanciales y que por lo tanto un recurso de política económica. Este tipo de posturas, acentuadas durante el gobierno de salinas, terminaron por aislar a la izquierda de un serio debate respecto a un necesario marco regulatorio. Nuevas empresas públicas pueden ser creadas mañana, mientras otras se privatizan hoy. En todo caso, debemos utilizar las privatizaciones para fragmentar la propiedad y acentuar la competencia, evitando la sustitución de monopolios públicos por monopolios u oligopolios privados.[8]

En nuestro país, prácticamente todas las privatizaciones favorecieron a grupos de interés por encima del libre mercado y sin que el Estado haya sido capaz de regularlas tomando en cuenta el interés público y que estas sirvieran para promover la competencia comercial donde los monopolios se imponían.

En congruencia, si no queremos monopolios privados no confundamos entonces soberanía sobre nuestros recursos naturales con monopolios estatales. Promover la competencia con sólidas empresas estatales en el libre mercado implica que el capital privado tenga posibilidades de participar en la generación, distribución y venta de energía. Lo importante es que PEMEX y la CFE se modernicen para que compitan con calidad y regulen los precios del mercado, sin poner en riesgo la soberanía sobre nuestros recursos naturales. El nacionalismo de la izquierda revolucionaria no permite resolver el problema en este sector y más bien lo prorroga.

Así como necesitamos de economías abiertas, competitivas y exportadoras, el mercado y la empresa son parte de la realidad y no de la ideología neoliberal, y no se combaten ni se derrotan con discursos ni con políticas alternativas que no partan de asumirlas plenamente como el terreno, con todo lo riesgoso y accidentado que se quiera, sobre él que estamos obligados a construir.[9]

La socialdemocracia en México tiene que entenderse con el mundo de la empresa, porque no sólo es acumulación de capital, es también inversión, empleo y salarios. Satanizar la vida empresarial arroja a éste sector a los brazos del PRI y del PAN. Irónicamente, podríamos decir –lo que ha escrito Gabriel Zaid- que un puesto de tacos es más productivo para el país que un puesto público.


4.- Cultura de la legalidad. Nuestra naciente democracia no va acompañada de una impostergable cultura de la legalidad, del cumplimiento estricto de la ley. Somos una sociedad acostumbrada a exigir nuestros derechos pero poco dispuesta a cumplir con nuestros deberes. Crecimos bajo un régimen que torcía la ley, ya sea para beneficiar o para perjudicar. La izquierda tradicional también habituada a negociar o alterar la ley y el orden público, sin hacer un deslinde claro respecto a la violencia; si le conviene exige la aplicación estricta del derecho, si le afecta acusa de imparcial a los tribunales.  Circulo vicioso generado tanto por tribunales parciales heredados del viejo régimen, pero también por la preponderancia de la vieja cultura política.

Un sistema democrático no se garantiza sin un Estado de derecho; la seguridad y la justicia no son viables sin el apego a la legalidad. Es indispensable el fomento cultural de la legalidad, fortalecer las instituciones para detener y desterrar los poderes informales y de facto, que minan la confianza y promueven la inseguridad pública. Nos situamos en una gran paradoja, mientras tenemos un país más democrático, tenemos un país más inseguro que antes. Mientras la inseguridad se incremente se convierte en un asunto de seguridad nacional. Comparto lo que señala Aguilar Camín, que, está destruida la antigua seguridad pública fundada en la impunidad, la corrupción y la ilegalidad sistemática con que suelen garantizar ese bien los regímenes autoritarios. Ahora tenemos una sociedad más democrática, al tiempo que un sistema de seguridad pública menos capaz de garantizar esa seguridad con apego al estado de derecho.[10] 

La democracia muy difícilmente podrá consolidarse sin un Estado comprometido, tanto con su responsabilidad social como con la legalidad, y los ciudadanos no crecerán mientras cierren los ojos ante las arbitrariedades de otros y del poder. Lo mejor sería que el señor Licenciado de paso a los abogados comprometidos con la justicia y la legalidad.    


5.- Lo Público y lo Privado. La falta de claridad respecto a lo que es público y privado y sus respectivas fronteras, se debe, entre otras causas, a la ausencia de un verdadero estado de derecho. La nueva socialdemocracia no debe desentenderse de este grave problema. Porque, como dice Milan Kundera, lo privado y lo público son por esencia dos mundos distintos y el respeto a esta diferencia es la condición  sine quanon para que un hombre pueda vivir como un hombre libre. Esta es una definición indispensable y parte de una agenda pendiente para democratizar a la sociedad y a los poderes públicos.

El proverbial patrimonialismo de la clase política mexicana, heredera del patrón institucional de la corona española, no es otra cosa que resultado de una idea de lo público que se confunde con una tierra de nadie, aprovechable por aquel que tenga la oportunidad de hacerlo. Lo público, desde esta perspectiva, es territorio de conquista, no de convivencia.[11] Esto nos recuerda los pomposos programas culturales de los tres primeros años de gobierno perredista  “La calle es de todos”. Confundiendo no sólo las fronteras de lo público y lo privado, sino fomentando la arbitrariedad a nombre también de la llamada sociedad civil. ONGs que a nombre de la democracia, la libertad y la justicia con dignidad, y con la anuencia de los gobernantes, toman territorios para liberarlos del neoliberalismo o secuestran las universidades y las aceras a nombre de la educación y el empleo. El mundo al revez. Si la calle es de todos entonces nadie debe apropiársela.

A nombre de la libertad de prensa y de información, los paparazzi se brincan la cerca y gozan de impunidad, perjudicando otros derechos sagrados como el derecho a la vida privada. Y esto sucede no sólo en el mundo de la farándula, sino en el de la vida política. Políticos y medios de comunicación quieren sacar ventaja de las privacidades de otros. Por eso la regulación de los medios es indispensable, entre otras cosas, para delimitar las fronteras entre lo público y lo privado.

Determinar la privación de intimidad esgrimiendo la libertad de prensa es tanto como justificar el robo por motivos de justicia social. ¡Cuidado!, pues el fascismo es minar los fundamentos de la libertad individual y eliminar las barreras entre la vida pública y la vida privada.[12]


6.- Desarrollo sustentable. El mundo y el país ya no deben seguir creciendo a costa de la naturaleza y de los recursos utilizados de manera irracional. La utilización de alta tecnología y el fomento de regiones económicas, indispensables para el desarrollo nacional, no es contrapuesto al cuidado del medio ambiente. Por ello, tampoco es justo que a nombre de la ecología, las costumbres y tradiciones, se intente defender a las comunidades de los estados del sur del país exentándolas de inversiones y programas de desarrollo. Tampoco se trata de aceptar programas de gobierno como el plan Puebla-Panamá sin una planeación del desarrollo que garantice la inclusión social y el ciudadano del ambiente. En este tema nuestra postura no debe ser la del rechazo, sino tomarlo como una oportunidad para debatir y definir políticas públicas para el desarrollo regional.

El cuidado de la biodiversidad y de la capa de ozono, como políticas de estado, son indispensables para garantizar la reproducción de nuestros recursos y aprovecharlos racionalmente para continuar preservando las especies sobre la tierra y nuestros mares. Condición sin la cual las mejores políticas y programas de gobierno, en ultima instancia, no sirven para nada.


7.- La Democracia como forma de vida. La Democracia no sólo es un régimen o un sistema político, sino ante todo una actitud ante la vida, una relación social que promueve valores y principios como la libertad, la diversidad y la tolerancia, el respeto a la ley, la igualdad de oportunidades, la libre competencia, la justicia, la responsabilidad, entre otros, que son indispensables no sólo para el buen funcionamiento de un sistema democrático, sino para la creación de una civilización moderna capaz de sobreponerse a la guerra, a la violencia, al racismo y al chovinismo, a la exclusión y marginación social.

La Democracia también podríamos definirla como un sistema donde quepan todos, respetando los derechos de otros y asumiendo cada quién su responsabilidad. En términos políticos, Humberto Cerroni, nos enumera las “reglas del juego”, aún inacabadas en nuestro país, como la regla del consenso, de la competencia, de la mayoría, de la minoría, de la alternancia, de control, de la legalidad y de la responsabilidad.[13]  Pero estas reglas sirven primordialmente para elegir a nuestros gobernantes e instalar nuestras instituciones representativas. Por lo cual nuestra democracia es representativa. No hay vuelta de hoja; no hay democracia participativa porque no hay democracia no participativa. En la democracia gobernamos a través de los gobernados; no gobernamos en forma directa sino en ciertas circunstancias: en las elecciones, en los referendos; pero cotidianamente, el gobierno lo ejercen los órganos técnicos representativos, que son el parlamento y el ejecutivo, en sentido estricto. Nuestra democracia es, pues, una democracia representativa.[14]

En este sentido, debemos de tener cuidado con los demagogos, que dicen representar los intereses de todos o primero los pobres, así como someter a consulta todas las ocurrencias de gobierno. Hacer creer que el gobierno y la política es para todos, no sólo es una farsa, sino que se demuestra la incapacidad, como dice Bobbio, de entender el dicho que a perdurado a través de los siglos,  que se deba dar al Cesar lo que es del César con tal de que se permita dar a Dios lo que es de Dios. La vida de la gente común se desarrolla en la mayor parte de los casos en espacios diferentes que están fuera del área ocupada por la política, y que la política toca, pero no cubre jamás del todo, y cuando los cubre es signo de que el individuo se ha vuelto el engranaje de una máquina de la que no sabe exactamente quién es el guía y a dónde lo lleve.[15]  Por eso es común que los gobiernos demagogos no sólo sean populistas, sino también autoritarios y perviertan, en nuestro caso, la naciente democracia.

Lamentablemente la democracia como costumbre tuvo una dificultad histórica para arraigar en México: la fusión entre el poder y la fe. Debido a esta característica, el liberalismo democrático mexicano retrasó su proceso de maduración; la iglesia y su rival (el Estado porfiriano o revolucionario) trabajaban contra ella. Y son secuelas lamentables: en  nuestro siglo XX, el dogmatismo y la intolerancia se secularon en México, se desplazaron de la esfera religiosa a la ideológica. No sólo eso: formarían parte sustancial de la retórica del PRI, pasaron a los partidos y sectas de las derechas y las izquierdas, llegaron a las aulas universitarias confesionales o radicales, y en los albores del siglo XXI siguen lastrando la cultura política mexicana.[16]  De ahí la importancia de hacer de la democracia, no sólo una política y un método, sino sobre todo una actitud y una nueva relación social, que contribuya a alcanzar sus fines primordiales: la libertad y la igualdad. 
  


[1] Tercera Vía. Es un concepto utilizado muchas veces en la historia de la socialdemocracia, incluso por corrientes políticas opuestas a la izquierda.  En México, podría acuñarse éste término no sólo como un intento  por trascender tanto a la socialdemocracia a la antigua como al neoliberalismo, sino para diferenciarnos del tripartidismo mexicano. Por cierto, Ricardo Lagos señala que existen más coincidencias que desacuerdos con quienes propugnan la “tercera vía” en Europa.
[2]  El Desarrollo del PRD. Arnaldo Córdova.  Foros de discusión. Documentos básicos.
[3]  Las cifras en México Social, Banamex, México, 1996. Citado por Aguilar Camín en México La ceniza y la               semilla.  Ediciones Cal y Arena.
[4]  La crisis del Estado. Felipe González. En Siete asedios al mundo actual. Nexos 243.
[5]  Políticas macroeconómicas sanas. Ibíd.
[6]  La “tercera vía” latinoamericana. Ricardo Lagos. Nexos 260.
[7]  Fobaproa e Ipab: El acuerdo que no debió ser. Gabriel Székely y varios autores.  Editorial Océano.
[8]  Después del neoliberalismo: Un nuevo camino. Jorge G. Castañeda, R. Mangabeira, entre otros. Nexos 243.
[9]  A propósito del PRD... Héctor Aguilar Camín. Foros de discusión Documentos básicos. Marzo 1998.
[10]  México  La ceniza y la semilla. Aguilar Camín. Ediciones Cal y Arena.
[11]  La frontera ignorada. Los editores. Nexos 260.
[12]  Lo público y lo privado. Jaime Ramírez Garrido. Nexos 269.
[13]  Reglas y valores en la democracia. Humberto Cerroni. Alianza Editorial.
[14]  Ibíd.
[15]  El futuro de la democracia. Norberto Bobbio. Fondo de cultura económica.
[16]  Las costumbres de la democracia. Enrique Krause. Reforma. 20 de mayo de 2001.

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