¿GOBIERNO DE
COALICIÓN O
GOBIERNO DE
GABINETE?
Ignacio Pinacho
25 de mayo de 2006
En tiempos
recientes, particularmente de 1997 a la fecha, ninguna fuerza política ha
logrado obtener una mayoría absoluta en el Congreso de la Unión. A nivel de los
estados de la república, hasta antes del 6 de julio del mismo año, eran ocho
los estados que contaban con gobiernos
divididos (Las dos Baja Californias, Guanajuato, Chihuahua, Coahuila,
Aguascalientes, Estado de México y Morelos). Las características en cada Estado
eran diferentes, desde los casos dónde existía una mayoría absoluta distinta a
la del partido del gobernador y casos donde se contaba con una fracción de
primera minoría, así como aquella donde el gobernador contaba sólo con el apoyo
de la mitad del congreso.
Con la primera
Alternancia en el Poder Ejecutivo Federal, en el año 2000, y con la elección
intermedia de 2003 se ratificó la tendencia que se manifestó en 1997: ni el
PRI, ni el PAN ni el PRD alcanzaron a obtener la mayoría absoluta en las
Cámaras del Congreso de la Unión. Para las elecciones del próximo 2 de julio
las tendencias nos demuestran que se repetirá esta nueva condición de la
democracia mexicana.
Incluso, si
se diera el caso, muy remoto, de que el partido o la alianza que conquistara la
presidencia obtuvieran la mayoría absoluta en ambas Cámaras, para la aprobación
de reformas constitucionales requerirían de la aprobación de las dos terceras
partes del congreso federal y de la mayoría de los congresos locales.
En el
entendido que la gobernabilidad depende de una serie de acuerdos entre las
élites gobernantes, grupos sociales estratégicos y de una mayoría ciudadana, la
experiencia del gobierno de Vicente Fox nos demostró que la voluntad
presidencial o los diálogos con el Congreso y entre los partidos son
insuficientes y limitados mientras estos no se traduzcan en reformas. Más allá
de la responsabilidad que cada poder del estado tiene respecto a la nulidad de
acuerdos en torno a los grandes problemas nacionales, durante estos más de cinco
años se observó la ausencia de nuevas reglas e incentivos para alcanzarlos.
A unas
cuantas semanas de la elección presidencial ninguno de los candidatos que
tienen posibilidades de ganar ha planteado, durante su campaña, la importancia
de la gobernabilidad y la forma de como alcanzarla. No obstante que Felipe Calderón en su
plataforma política señala que la integración de un Gobierno de Coalición sería
el medio para lograrla. Analizaremos cómo su planteamiento tiene poca
viabilidad de concretarse. Veamos lo que
proponen en esta materia los tres candidatos en sus respectivas plataformas.
Roberto
Madrazo hace referencia a la necesidad de edificar un nuevo pacto político para
darle gobernabilidad al país, pero sin precisar las reformas y medios para
alcanzarlo.
“Es momento de defender y actualizar
las instituciones de la República, para garantizar la gobernabilidad del país y
evitar que la incapacidad deshaga al país. Insistimos en la urgencia de
edificar un nuevo pacto político, para construir un nuevo régimen y darle al
país la gobernabilidad que requieren sus profundas reformas.
Lograr
un régimen político basado en el reconocimiento de la diversidad social y
política, como el eje de organización y condicionante de la toma de decisiones
en asuntos públicos Una nueva mayoría demócrata social que asuma el poder y
apunta hacia un nuevo proyecto de equidad para el desarrollo nacional.”
(PROYECTO. www.mexicoconmadrazo.org.mx
)
Andrés Manuel López
Obrador no sólo no expresa su preocupación por la necesaria gobernabilidad del
país, sino que en uno de sus compromisos señala la imperiosa necesidad de
“otorgarle prestigio y respetabilidad a la presidencia de la república”. La relación
del Ejecutivo Federal con el Congreso de la Unión lo circunscribe únicamente a
lo que establece la constitución política, sin bosquejar la posibilidad de
reformas al régimen político presidencial.
“La
relación del Ejecutivo Federal debe partir del respeto a la autonomía del Poder
Legislativo, pero tratando de encontrar puntos de acuerdo en beneficio del
desarrollo social, económico y político del país.
Hoy, el
Congreso es un espacio de mucha incertidumbre, sin un rumbo definido por la
diversidad de fuerzas que lo componen y el equilibrio que guardan entre sí,
pero con capacidad, fundamentalmente, para oponerse, mediatizar o cambiar las
iniciativas presidenciales.
En
este contexto, aunque siempre existirán intereses encontrados, deben buscarse
márgenes de negociación para definir políticas comunes con el Poder
Legislativo. (50 Compromisos para
Recuperar el Orgullo Nacional. Compromisos 47. www.lopezobrador.org.mx)
Felipe
Calderón plantea la necesidad de “transitar del Sufragio Efectivo a la Democracia
Efectiva”. Para alcanzarlo propone dos reformas que involucran al Congreso de
la Unión y a los poderes municipales. Por una parte propone la necesidad de
aprobar la elección consecutiva de Legisladores y Alcaldes, y la disminución del número de legisladores.
Por otra
parte, propone la necesidad de “impulsar la formación de mayorías y
gobernabilidad”. Su propuesta la
circunscribe y la resume a la necesidad de integrar un Gobierno de Coalición.
“Al respecto, la solución es
establecer un gobierno de mayoría. Sin la mayoría moderna de las urnas, es
necesario entonces la integración de "Un Gobierno de Coalición". Esto
es un gobierno sustentado en el acuerdo de dos o más partidos para formar una
mayoría en el Congreso e impulsar una agenda común de gobierno. Esto implica
compartir la responsabilidad de gobernar entre distintas fuerzas políticas
comprometidas, de cara a la sociedad, en torno a un proyecto en común. No debe
confundirse gobierno de coalición con un gabinete plural si llegara a
integrarse. Es imperativo que esa pluralidad se traduzca en un apoyo
legislativo que garantice la gobernabilidad necesaria para impulsar las
reformas que el país requiere.” (La propuesta de Felipe. www.felipe.org.mx).
De
los tres candidatos, puede observarse que Felipe Calderón es el que desarrolla
su idea de cómo alcanzar acuerdos que garanticen la gobernabilidad en el país.
Sin embargo, cómo decíamos más arriba, la viabilidad de su propuesta puede
quedarse en las buenas intenciones. Veamos.
Al
estudiar las alternancias y gobiernos
divididos o sin mayoría, podemos decir efectivamente que hay casos de gobiernos divididos que van desde la
polarización y el enfrentamiento, hasta aquellos que logran procesos de
cooperación y acuerdos para abordar los problemas estatales. También hay casos
dónde algunos grupos parlamentarios o legisladores han sido cooptados o
corrompidos por los gobiernos estatales con el fin de “cooperar” con el
Ejecutivo local.
En
términos generales los gobiernos
divididos en los estados ha provocado que los gobernantes se vean obligados
a promover una comunicación fluida y sólida con todos los actores políticos so
pena de verse sometidos a fuetes problemas de ingobernabilidad. A diferencia de
lo que sucede a nivel nacional en los estados no se presenta una agenda tan
complicada que no vaya más allá de los clásicos presupuestos estatales que
tienen que aprobarse. Los estiras y aflojas no trastocan las instituciones
locales ni tampoco la estabilidad
política.
El
propio Vicente Fox siendo gobernador de Guanajuato, con una mayoría del PRI en
el congreso local, no tuvo las dificultades para sortear acuerdos y mantener en
paz y estabilidad al estado. Sin embargo, a nivel federal la dimensión ha sido
radicalmente distinta.
Para
empezar el Presidente Vicente Fox desaprovechó el capital político legado de
los resultados del dos de julio del año 2000. En lugar de sentar las bases para
un acuerdo político, antes, durante y después de la toma de posesión, optó por
convencer mediáticamente al pueblo de México respecto a las bondades de su
proyecto de reforma fiscal, y por desgastarse para “resolver” en quince minutos
el conflicto Chiapaneco.
Su
intención de integrar un gabinete plural sin que ello significara compromisos
políticos con las principales fuerzas políticas de nada sirvió. Por el
contrario, la exclusión del PVEM en el gabinete provocó tensiones con sus
posibles aliados, cómo lo fue también con un sector de los promotores del voto útil.
Su
posterior rectificación lo asumió sólo en el discurso, en el primer informe de
gobierno se comprometió nuevamente con las llamadas reformas del estado y con la necesidad de trabajar por una nueva
constitucionalidad. Empero, las palabras no fueron acompañadas de intensas y
constantes negociaciones para llegar a pactar un piso mínimo de reformas.
El
llamado Acuerdo Político para el Desarrollo Nacional, firmado el 7 de octubre
de 2001 en Palacio Nacional por el Ejecutivo Federal y los representantes de
todos los partidos políticos nacionales, resultó finalmente ser un llamado a
misa: todos fueron, escucharon y firmaron, nada más.
Las
lecciones de los pactos suscritos durante el proceso de transición a la
democracia, entre el ejecutivo federal y los partidos políticos, no fueron leídas
correctamente por el Ejecutivo Federal. Los acuerdos -si se quiere limitados y
graduales- alcanzados en el periodo de Salinas y Zedillo se dieron gracias a
que todas las partes mostraron decisión pero también coincidencias, obligados
también por las circunstancias políticas del momento.
Con
Carlos Salinas hubo una clara coincidencia de programa de gobierno con el
Partido Acción Nacional. Sucedió lo que el panismo reivindicó como un triunfo
cultural de su plataforma política. El PRD perdió una buena oportunidad para
pactar de forma ordenada, junto con el PAN y el PRI, la transición a la
democracia. Sin duda alguna, los agravios de julio de 1988 cometidos por el
régimen en contra del FDN y Cuauhtemoc Cárdenas influyeron en tal sentido.
Con
Ernesto Zedillo, el PAN nuevamente mostró interés y decisión por hacer valer un
cogobierno, al integrarse uno de sus militantes más destacados al gabinete
presidencial. En ese período existió la oportunidad de aprobar la tan esperada
reforma energética, pero tal parece que el PAN no estuvo dispuesto a pagar los
costos políticos que ello significaba. En materia política es dónde más avances
existieron en virtud que, también, se lograron los consensos suficientes para
que el PRD los suscribiera. La reforma que independizó al IFE del ejecutivo federal
y que permitió la elección democrática del Jefe de Gobierno del DF, fue una
muestra de que son posibles los acuerdos sustanciales entre las principales
fuerzas políticas del país, con la condición de que todas las partes o la
mayoría de las partes manifiesten plena voluntad, pero sobre todo, acuerdo o
identidad en los contenidos y fines de las reformas. No obstante que en otros
temas cruciales como la reforma energética y laboral ya no los hubo.
La
pregunta es ¿es posible gobernar con un ejecutivo federal que su partido sea
minoría en el congreso? Claro que si. El problema no es eso, el problema es si
el país resistirá la espera de reformas económicas y políticas que se requieren
para contar con una economía más sólida y con mayor crecimiento, con el fin de
no seguir posponiendo la atención de los grandes problemas de inequidad y de desigualdad
presentes en la sociedad.
Con
el gobierno de Vicente Fox las buenas intenciones no dejaron de estar presentes,
pero mostrando -al mismo tiempo- impericia en la operación política para
traducir los discursos y documentos en pactos y acuerdos. Aunque a decir verdad tanto el PRI como el PRD mostraron
poca o nula voluntad política para lograr acuerdos en temas de gran magnitud. Le
apostaron más a la confrontación que a la colaboración.
Hoy
que Felipe Calderón propone la necesidad de un Gobierno de Coalición que sea
producto de una mayoría estable en el Congreso de la Unión, desde mi
perspectiva carece no sólo de reglas institucionales, sino también de
condiciones políticas adecuadas. Ya no es suficiente haber dejado atrás la
presidencia imperial por una democrática, ya no es suficiente que el Presidente
en turno se conduzca de forma más republicana y con un discurso incluyente.
En
otras latitudes, como en Latinoamérica, dónde se han constituido gobiernos divididos bajo regimenes
presidenciales, se puede concluir que los presidentes habitualmente han tenido
dificultades para conformar gobiernos de coalición confiables. Está demostrado
también que los regimenes presidenciales funcionan mejor en la medida que el
partido del presidente tenga mayoría en el parlamento. En algunos países, como
Brasil y Chile -particularmente en éste último- las coaliciones gobernantes se
han logrado tejer a partir de que las fuerzas integrantes tienen un gran
consenso respecto de las transformaciones que el país requiere. En otros, las
segundas vueltas electorales se han convertido en un pivote generador de
acuerdos antes y después de las elecciones.
No
es motivo de análisis en esta ocasión de cómo los regímenes presidenciales son
más vulnerables a las crisis políticas, pero una cosa si es cierta, la mayoría
de los países de América Latina que han sufrido serias crisis de gobernabilidad
en los últimos años, encuentran su explicación en la fragilidad de su andamiaje
constitucional: no existen reglas que permitan estabilizar de forma inmediata sus
gobiernos y alianzas.
En
nuestro país, recientemente, no hemos sufrido crisis serias de
ingobernabilidad, pero si han estado presentes las confrontaciones constantes entre los poderes, la parálisis legislativa y
la falta de acuerdos en torno a las apremiantes reformas que el país y la
sociedad requieren: en materia de seguridad y justicia, en materia energética,
en materia electoral y laboral por
mencionar algunas, y que inciden directamente en la aplicación de políticas
públicas que afectan o benefician directamente la calidad de vida de los
mexicanos.
Un
Gobierno de Coalición o de mayoría, como lo plantea Felipe Calderón,
“sustentado en el acuerdo de dos o más partidos para formar una mayoría en el
Congreso e impulsar una agenda común de gobierno” fue uno de los tantos
intentos que el gobierno de Fox quiso concretar a través de la Secretaría de
Gobernación, pero que por las condiciones ya descritas no fue posible. Un nuevo intento puede ser muestra de buena
voluntad política o muestra de querer seguir gobernando con las viejas reglas
del juego.
“Compartir
la responsabilidad de gobernar entre distintas fuerzas políticas comprometidas,
de cara a la sociedad, en torno a un proyecto en común” es buena divisa pero no
necesariamente realizable. Incluso, si el Gobierno de Coalición se tradujera,
al mismo tiempo, en un Gabinete Plural. Aunque son cosas distintas, la
experiencia también nos ha demostrado que la integración de un gabinete donde participan
dos o más partidos no es garantía para que en el Congreso se refleje una
mayoría estable y disciplinada.
Estamos
de acuerdo, desde luego, que el país requiere de una mayoría política y
parlamentaria que saque adelante este país; que se integre con dos o más
partidos, haciendo todas las combinaciones posibles: PAN-PRD, PRD-PRI o
PRI-PAN. Sin embargo, no es un problema de ecuaciones ni de voluntarismo. Se
trata, ante todo, que esa coalición gobernante sea estable y duradera, que
tenga los suficientes incentivos y reglas para alcanzarlo.
Se
trata, entonces, de modificar las reglas de integración del nuevo gobierno,
de dejar atrás la idea de que es
suficiente que el presidente dialogue con los partidos para llegar acuerdos. No
habrá acuerdos duraderos ni alianzas sólidas que garanticen la gobernabilidad
del país mientras no se modifique la actual estructura constitucional del
presidencialismo. Suena paradójico pero es así: contamos formalmente con un
Presidente fuerte en términos legales pero en términos políticos muy débil, al
mismo tiempo contamos con un Congreso formalmente débil en relación al Poder
Ejecutivo pero fuerte en términos de correlación de fuerzas.
Existe
plena coincidencia en la mayoría de analistas y especialistas del tema en el
sentido que el actual régimen presidencial ya se agotó, que ya no corresponde a
los grados de pluralidad política existentes, que es necesario formular nuevas
reglas que permitan una real cooperación y corresponsabilidad entre los poderes
legislativo y ejecutivo. El diseño constitucional actual, en razón a los altos
índices de pluralidad del país, es más propenso a la confrontación y las
desavenencias que para instalar una gobernabilidad democrática plena. La actual
cohabitación de fuerzas en el país no cuenta con ningún incentivo legal para
que ésta se traduzca en un gobierno de coalición de largo aliento.
La
figura de Jefe de Gabinete, electo por una mayoría calificada del Congreso a propuesta del Ejecutivo, así como la
ratificación del gabinete por parte del Senado serían las mejores formulas y la
garantía para que se instaure en nuestro país una coalición gobernante de largo
alcance que tendrá, entre otras tareas y funciones, la de abordar las asignaturas
pendientes en materia económica, política y social.
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