miércoles, 15 de julio de 2015

El PRD ya cumplió su ciclo ¿Qué sigue?

EL PRD YA CUMPLIÓ SU CICLO
¿QUÉ SIGUE?
Ignacio Pinacho Ramírez

"¿Por qué se ha de temer a los cambios?
Toda la vida es un cambio."
H.G. Wells 

El Partido de la Revolución Democrática, surge con el propósito de impulsar y hacer valer un régimen democrático y pluralista, para dejar atrás el “régimen de partido de estado”. Las reformas políticas sucesivas posteriores a 1988 han hecho valer, esencialmente, la agenda por la cual surgió este partido.

Pasamos de un régimen político dominado por un solo partido a un régimen plural de partidos, de una división de poderes subordinado al ejecutivo a uno de mejores equilibrios y contrapesos, de gobiernos monocolores a gobiernos divididos, de un sistema totalmente opaco a uno donde la rendición de cuentas y transparencia es una posibilidad real; en fin, un régimen político que es esencialmente diferente al que nos dominaba hace tres décadas.

Sin dejar de insistir en una agenda que perfeccione y consolide nuestras prácticas e instituciones democráticas, las prioridades actuales se centran en la economía y en la cuestión social, derivadas de una eminente y grave crisis fiscal, y las relacionadas con la seguridad y justicia; prioridades recurrentes para la mayoría de los actores políticos y económicos del país, sin importar el tinte partidario e ideológico.

Ha llegado el momento donde la dirigencia perredista se pregunte seriamente de si su partido es el instrumento más adecuado y funcional para el impulso de una nueva agenda, que rebase la dicotomía izquierda-derecha, que coloque al centro de su propuesta la disminución sustancial de la desigualdad social; y, por lo tanto, si sigue siendo un aglutinador de las nuevas generaciones y movimientos cívicos que se indignan con el statu quo de la corrupción y de la violación permanente de los derechos humanos.

Sus resultados  electorales del pasado 7 de junio solo son un indicador; aunque a decir verdad   la tendencia en su aceptación va a la baja. El surgimiento de Morena a costa de su militancia seguramente lo irá debilitando aún más. Las causas pueden ser múltiples, pero existe una esencial: su modelo de partido y su visión estratégica de poder se ha agotado; y con ello su credibilidad y su viabilidad como proyecto innovador y creíble.

Si su transformación únicamente la ligan a la necesidad de un nuevo discurso, a una revolución ética a su interior, a una mejor selección de sus candidatos y en la tan socorrida unidad de las izquierdas, seguramente sus intenciones no pasaran de ser un partido en competencia permanente con Morena y no con las otras dos opciones más competitivas.

Por lo escuchado en sus principales dirigentes, de forma errónea se sigue pensando que la toma del poder político en México obligadamente tiene que ser con las llamadas izquierdas, cuando que el deslinde entre ellas ya es más que evidente. La ruptura no solo es orgánica, sino también ideológica y de proyecto de nación. Sus visiones son cada vez más contradictorias y de mayores tensiones políticas con en el caso del Distrito Federal. Ni Morena es un proyecto moderno que ofrezca certeza democrática y estabilidad económica al país. Ni el PRD -por sus fracasados gobiernos estatales llenos de prácticas atrapadas en la cultura del viejo régimen- está en condicione de volverse creíble para los actuales retos del país.

Lo que el país requiere no es una disputa por ideologías, sino una propuesta de país que las cruce con nuevas formas de organización para dejar atrás a las tradicionales; que permitan, por lo tanto, la incorporación de nuevos actores políticos, sociales y económicos. Su dirección nacional debiese de entender que alrededor de las historias en las fuerzas de izquierda y progresistas del mundo, hay momentos y procesos de renovación insalvables que implican su propia desaparición y refundación.  Este es el momento del PRD.

El sistema de organización partidaria de las izquierdas, como el de otros partidos, es demasiado rígido; basado en un esquema presidencialista de dirección política y una organización territorial más clientelar que ciudadano. Su aparato y agendas territoriales están más pegados a las coyunturas electorales y a los estímulos económicos; la militancia ha cedido el paso al empleador; los grupos y tendencias se reducen a la disputa por los espacios sin la mínima consideración a las ideas y al debate de proyectos.

Un planteamiento partidario innovador tendría que dejar atrás la tradicional dicotomía izquierda-derecha para dar paso a la del liberalismo-conservadurismo. Al mismo tiempo, debe centrar su agenda en la inevitable necesidad de reducir la desigualdad social, con un combate frontal a la corrupción; lo que significa, entre otras cosas, un deslinde claro con las principales elites económicas y políticas que han mantenido al país atrapado en los círculos viciosos que generan un mayor deterioro de la política y una aguda polarización y exclusión social.

No se trata de abandonar las ideologías porque éstas son consustanciales a los intereses organizados en los partidos. ¡No! Se trata que ninguna de las expresiones a su interior se sobreponga a las demás; se trata de que todas jueguen en plena libertad respetándose unas a otras, por el grado de su representación. Un nuevo sistema de organización, de carácter frentista, donde ninguna expresión ideológica se sienta sojuzgada y subordinada; que todas se sientan respetadas y en condiciones equitativas de competencia. 
    
Visto así las cosas, podríamos considerar que el PRD ya cumplió su ciclo. Su mejor perspectiva es la de poner su registro a disposición de una nueva concepción cívica para que, en conjunto con otras fuerzas políticas y liderazgos, se convoque a un Congreso Constituyente y de vida a un nuevo partido político nacional de carácter frentista, plural en ideologías pero eminentemente demócrata, sustentado bajo preceptos del nuevo progresismo, liberal e igualitario.
14 de julio de 2015