LECTURAS, TESIS Y PASAJES PARA UN
DISCURSO POLÍTICO ACERCA DE LA DEMOCRACIA
Ignacio
Pinacho
24 de septiembre de 2003
1.- Gobernabilidad y democracia.
Antonio Camou.
A pesar de ser un ensayo publicado en 1992,
sus contenidos, en muchos aspectos
tienen actualidad. Al abordar sus “once tesis sobre la transición mexicana”
inicia señalando que es preciso distinguir entre régimen político y sistema
político, pues mientras el primero se define al nivel de las instituciones y
normas jurídicas que regulan el acceso, la distribución y el ejercicio del
poder político, el segundo, en cambio, se refiere al conjunto articulado de
las prácticas y relaciones de poder (político) efectivamente vigentes en una
sociedad (subrayado nuestro).
Camou lamenta que buena parte del debate
político-intelectual latinoamericano en general, y el mexicano en particular,
pase de largo esta necesaria distinción, pues oscurece las interpretaciones
concretas para cada País en lo particular y reintroduce por la ventana, además,
la amarga subestimación que a la cultura política de izquierda tanto trabajo le
costo echar por la puerta: el consabido desdén respecto a las formalidades jurídicas. A diferencia de
los regímenes políticos autoritarios del Cono Sur, la peculiar complejidad del
escenario político mexicano exige tal distinción.
Al caracterizar el término transición Camou no deja de tomar como
sustento teórico los conceptos de Guillermo O´Donnell y Philippe Schmitter,
para finalmente señalar que la “transición política hace referencia al
intervalo que se extiende entre un régimen/sistema político y otro, siendo
su principal característica el hecho de que, durante la transición, las reglas
jurídico-políticas del juego político no están plenamente definidas,
incluso se hallan en flujo permanente y, por lo general, son objeto de una
ardua contienda a efectos de establecer los espacios y procedimientos cuya
configuración determinará los recursos que legítimamente pueden aplicarse en la
arena política y los actores a los que se permitirá participar en ella” (subrayado nuestro).
Posteriormente pasa a remarcar la diferencia
entre la transición a la democracia (o transición democrática en sentido
estricto) y la profundización a la democracia (o democratización en sentido
estricto) de un régimen/sistema político, concluyendo que el régimen/sistema
político se encuentra atravesando un proceso de transición, especialmente
acentuado desde las elecciones de 1988 y que continúa irresuelto, pero
orientado en términos de una democratización política en sentido amplio, alertando
que este hecho no implica que no se produzcan regresos o retrocesos de
carácter autoritario. A diferencia, el sistema político está atravesando un
proceso de transición, cuyo punto de partida lo constituye un sistema político
de carácter autoritario o semiautoritario (subrayado
nuestro).
Lo anterior
lleva a Camou a distinguir la peculiar transición mexicana a la democracia del
resto de las transiciones latinoamericanas e incluso europeas, porque en
México “se da una convivencia
tensionada, irresuelta como tal y por tanto posible de ser recreada
sistemáticamente, entre un régimen político democrático o, en una apreciación
más débil, tendencialmente democrático (esto es, en estado de profundización) y
un sistema político autoritario o en apreciación más débil, todavía
inercialmente autoritario (esto es, en estado de transición democrática)”.
Enseguida aborda las condiciones políticas
internas para la democratización (en sentido amplio) del régimen/sistema
político; condiciones que están asociadas con el fortalecimiento de la sociedad
civil -que incluye la conformación de un subsistema estable de partidos
políticos-, la constitución de una esfera autónoma de opinión pública, un alto
nivel de participación ciudadana y la posibilidad de fuertes déficit de
gobernabilidad.
Sin llegar a considerar la posibilidad y los
efectos de una alternancia política en el ejecutivo federal, Camou llega a la
conclusión que la “democratización integral tanto del régimen como del sistema
político mexicano es una empresa que tenderá a cristalizarse sólo en un mediano
plazo”. Pero, para lograrlo, se requiere “que tanto el discurso político e
intelectual como prácticas efectivas de los principales actores del sistema
(centralmente el gobierno y los partidos de oposición) vayan configurando un
campo común de preocupación articulado con base en dos polos de un mismo eje
problemático: gobernabilidad y democracia.”
COMENTARIO
Con la alternancia política del dos de julio
de 2000 se logró un paso fundamental en la transición y consolidación de la
democracia: se acreditó la democracia como el mejor sistema de gobierno; se
refrendó el principio democrático de que las minorías pueden convertirse en
mayoría; el ejercicio libre del voto quedó fuera de toda sospecha; los poderes
antes subordinados al ejecutivo se robustecieron, particularmente el poder
judicial conquistó su autonomía en la toma de decisiones. En suma, la amplia
participación ciudadana a través del voto fue determinante para desencadenar
nuevos avances en el sinuoso y lento proceso de transición.
Empero, la expansión de las libertades
democráticas conquistadas por la sociedad requiere de una actualización en las
normas jurídicas, con el fin de empatar los ritmos y tareas que empujen a la
consolidación de nuestra democracia, y eviten los sesgos restauradores que todo
proceso de transición lleva consigo.
Tiene razón Antonio Camou, la transición en
México es lenta y señala acertadamente
que la principal característica de toda transición es que las reglas
jurídico-políticas del juego político no están plenamente definidas. A tres
años del primer gobierno producto de la alternancia aún no se definen las
nuevas reglas del juego democrático de un gobierno dividido o de minoría.
2.- Cultura Política y Gobernabilidad Democrática.
Norbert Lechner.
Norbert Lechner hace una importante
exposición abstracta de tendencias globales de toda América Latina. La primera
se refiere a la globalización y la creciente
segmentación en el interior de cada sociedad. La segunda se refiere al
desplazamiento del Estado por el mercado como motor del desarrollo social, y
finalmente, lo que Lechner llama el nuevo clima cultural.
Bajo estas nuevas condiciones es pertinente
repensar la actualidad de la democracia y entender los cambios de la política
misma. Dice Lechner que las imágenes habituales de la política ya no logran dar
cuenta de la política “realmente existente”. En otras palabras, “faltan códigos
interpretativos mediante los cuales podamos estructurar y ordenar la nueva
realidad social”. Este desfase, es el problema de fondo de nuestras culturas
políticas.
La política está corriendo tras
los hechos, sin detenerse a formular y decidir las grandes metas sociales; “la
reflexión acerca del futuro deseado suele ser sustituida por el cálculo de las
oportunidades dadas”. El presente
omnipresente ahoga las capacidades del sistema político tanto para elaborar
políticas duraderas como para diseñar nuevos horizontes. Este problema,
acertadamente planteado por Lechner, socava la gobernabilidad democrática, pues
una vez conquistado un “nivel mínimo” de democracia de cara al autoritarismo
deviene una preocupación central: la gobernabilidad, o sea, “las condiciones de
posibilidad de gobernar en el marco de las instituciones y procedimientos
democráticos”. (subrayado nuestro)
La rapidez con que se despliega la política,
a través de complejas redes, formales e informales, se contradice con la
inercia de la cultura política. Que se explica porque los códigos mentales en
uso ya no son adecuados al nuevo contexto; lo que Lechner llama la erosión de
los mapas. Esta crisis, de esquemas prefabricados y que se colapsa
emblemáticamente con la caída del muro
de Berlín, desvanece todo un conjunto de ejes clasificatorios, colocando a la
política, dice Lechner, como todo un des-orden.
La primera gran tendencia (la globalización y
fragmentación) junto con el avance de la sociedad de mercado, alteran las
medidas y las proporciones y desdibujan el lugar de la política; “ocurre una integración supranacional
de los procesos económicos, culturales y administrativos en tanto que la
participación ciudadana apenas abarca el marco nacional”. La
internacionalización conlleva procesos de segmentación que incrementan las
distancias en el interior de cada
sociedad. Aparte de las crecientes desigualdades socioeconómicas, aumentan las
distancias políticas, aunque de manera diferente a las anteriores
polarizaciones. Las iniciativas de descentralización debilitan los vínculos
entre elites nacionales y locales y, en general, se encuentran en pleno
reacomodo las antiguas tramas clientelares. Ganan preeminencia los nuevos
mecanismos de mediación –televisión- que generan una cohesión rápida, pero
volátil.
En cuanto a la gobernabilidad Lechner
considera que la democracia no sólo es un principio de legitimidad, sino
además, debe asegurarse una conducción eficaz. Y considera que a raíz de la
diferenciación social y funcional de nuestras sociedades, se encuentra en
entredicho el papel de la política y del Estado como instancias privilegiadas
de representación y coordinación social. Vale decir, las demandas de
gobernabilidad democrática aumentan a la vez que los recursos disponibles
disminuyen. De ahí que, hoy por hoy, la conducción política representa un tema
prioritario.
Finalmente, plantea que la conducción
política, en los años recientes, se apoya en la comunicación. Tal comunicación,
dice, funciona en la medida en que existan marcos de referencia conmensurables.
Es decir, supone que los participantes comparten determinadas coordenadas.
Ante el desmoronamiento de los viejos
paradigmas y las nuevas tendencias que marcan hoy la situación en América
Latina, “es crucial recomponer nuestros mapas políticos para que la política
vuelva a ser una forma de hacer el futuro”. Tenemos que repensar la política a
partir de las grandes transformaciones. En el caso particular de México es
impostergable que la política tenga capacidad de dirigir el proceso económico,
sin llegar a plantearse un estado interventor que suplante al mercado. Lo mismo
entender que el mercado “no constituye un orden auterregulado” y como tal
requiere de factores externos -moral, derecho, política- para delimitar y
encauzar su campo de acción. Lechner señala que los casos existosos de
liberalización económica descansan precisamente sobre la fuerte intervención de
un Estado a la vez autónomo de presiones clientelares y populistas e inserto en
múltiples redes de interacción con los actores sociales.
La falta de definiciones y acuerdos de largo
plazo como las llamadas reformas estructurales y los temas relacionados con la
Reforma del Estado, provocan en gran medida problemas en la gobernabilidad
democrática. La política tiene que ser más eficaz para que pueda ser más
creíble a los ojos de la ciudadanía. Mientras esto suceda el gobierno logrará
mayor legitimidad y podrá lograr, con una adecuada comunicación, un mejor
vínculo entre él y los gobernados.
3.- Los adjetivos de la Democracia.
Michelangelo Bovero
Entre la abundancia de adjetivos de la
democracia, Bovero, expone con juicio crítico, lo correcto o no de sus usos.
Parte de la tesis de Rusconi, según la cual la única democracia auténtica sería
la democracia “sin adjetivos”. Posteriormente analiza cada uno de los adjetivos: presidencial y parlamentaria,
mayoritaria y consensual, representativa y directa, liberal y socialista, etc.,
tomando en cuenta que, “por la naturaleza misma del objeto, los adjetivos de la
democracia siempre tienden a presentarse en parejas de opuestos”.
Al abordar la pareja democracia directa y representativa, sostiene que ambas son
tales “en la medida en que el derecho de participación política es
equitativamente distribuido entre todos los ciudadanos, sin exclusión de
género, raza, religión, opinión o censo”. La diferencia se da en la diferente
estructura del proceso decisional. Esto es, en la democracia directa los
ciudadanos en su conjunto adoptan decisiones colectivas, en la democracia
representativa los ciudadanos determinan quién deberá tomar las decisiones
colectivas. No obstante, dice Bovero, la institución fundamental, común a todos
los regímenes democráticos contemporáneos, es la elección de representantes por
medio de sufragio universal.
En ambos
procesos decisionales pueden presentarse problemas y por lo tanto, ninguno de
ellos puede erigirse “como la mejor forma de democracia en cualquier
circunstancia en la que sea posible en términos prácticos”. Agregando que, un
instituto de democracia directa como el referéndum ciertamente puede ser
invocado como correctivo democrático para eventuales distorsiones de la
democracia representativa, siempre y cuando cubra ciertas condiciones; pues “en
muchos casos, el llamado directo a la “voluntad del pueblo” esconde peligros
antidemocráticos: el verdadero poder no es el del pueblo que selecciona, sino
el de quien plantea la alternativa entre
la (pregunta) que se debe seleccionar”.
Sea cual fuere el procedimiento, sentencia
Bovero, es indispensable un cierto conjunto de reglas para decidir.
“Directa o representativa, la democracia consiste esencialmente en un conjunto
de procedimientos -las “reglas del juego”- que permiten la participación
(precisamente directa o indirecta) de los ciudadanos en el proceso decisional
político. Ello quiere decir que la democracia es esencialmente formal”.
De paso, Bovero, crítica la expresión democracia plebiscitaria , pues el adjetivo contradice al sustantivo; lo mismo
hace con la “democracia de los sondeos”, que en realidad es una caricatura de
la democracia que, además, se contrapone a los procedimientos institucionales
de decisión (subrayado nuestro).
Pero a la hora de señalar que la democracia
es esencialmente formal también se presentan malentendidos, contraponiéndola a
la llamada democracia sustancial o
confundiéndola con la “democracia aparente”,
llamándola también burguesa. Esta
confusión que aún perdura, se refiere a que la democracia formal sólo tiene que
ver con las formas de distribución y ejercicio del poder político y, la
sustancial, a los contenidos, propósitos y resultado social.
Empero, el carácter democrático de una
decisión política depende de su forma, no de su contenido. Dice
Bovero, la democracia consiste no en ciertas “reglas por decidir”, para ser asumidas como decisiones colectivas
excluyendo a otras, sino en ciertas “reglas para
decidir”. “En suma, las reglas de la democracia prescriben la distribución
lo más equitativa posible del poder político o, con más precisión, del
derecho-poder de influir en las decisiones colectivas; pero no indican, no
pueden indicar, para qué es usado tal
poder, para tomar qué decisiones,
para optar por cuál orientación
política, para perseguir qué ideales”
(subrayado nuestro).
En esta ruta explorativa, se encuentra
también la oposición entre democracia liberal
y la social o socialista. Ambas nociones son contradictorias “porque contrastan
con la única concepción de la democracia analíticamente rigurosa, la concepción
procedimental según la cual la democracia consiste esencialmente en un conjunto
de reglas” Sin embargo, la contradicción, dice Bovero, sólo es aparente, en el
sentido y en el entendido que la democracia hace suyos un conjunto de
principios y valores de la tradición liberal y a la vez es una precondición
indispensable para su funcionamiento. Pero también hace suyos un conjunto de
principios y valores de tradición socialista (en particular la equidad en la
distribución de los recursos primarios) y constituyen la precondición de esa
precondición.
Finalmente, es importante aclarar que la
democracia no sólo descansa en los valores de las tradiciones liberal y
socialista. Dice Bovero, en su núcleo esencial e irrenunciable de reglas
técnicas -las reglas del juego democrático- efectivamente están implícitos
valores no técnicos, valores éticos, que constituyen la verdadera razón de la
superioridad axiológica de la democracia con respecto de los regímenes no
democráticos. Citando a Bobbio, Bovero, destaca cuatro “ideales” que
corresponden precisamente a valores no instrumentales inscritos en las reglas
técnicas de la democracia: tolerancia, no violencia, renovación mediante el
debate libre y fraternidad.
COMENTARIO
A diferencia de los países de democracias consolidadas,
particularmente de Europa, en México es reciente el debate acerca de los
“adjetivos de la democracia”. Prácticamente siguen siendo los adjetivos los determinantes en la
definición de ideologías y políticas. Las políticas de los partidos siguen
permeadas de los asuntos urgentes e ideológicos.
En nuestro país aún no rebasamos el debate acerca de las reglas
del juego democrático. Siguen pendientes definiciones que hagan de la
democracia la sustancia ética en su concepto ideal: libertad individual,
equidad social, tolerancia e igualdad poética. Pero además, para que la
democracia sea real y estable, se
requiere de la definición y aplicación de políticas sociales que contrarresten
los altos índices de marginación y pobreza.
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