lunes, 6 de febrero de 2012

LECTURAS, TESIS Y PASAJES PARA UN DISCURSO POLÍTICO ACERCA DE LA DEMOCRACIA


LECTURAS, TESIS Y PASAJES PARA UN DISCURSO POLÍTICO ACERCA DE LA DEMOCRACIA
Ignacio Pinacho
24 de septiembre de 2003


1.- Gobernabilidad y democracia.
       Antonio Camou.

A pesar de ser un ensayo publicado en 1992, sus contenidos, en  muchos aspectos tienen actualidad. Al abordar sus “once tesis sobre la transición mexicana” inicia señalando que es preciso distinguir entre régimen político y sistema político, pues mientras el primero se define al nivel de las instituciones y normas jurídicas que regulan el acceso, la distribución y el ejercicio del poder político, el segundo, en cambio, se refiere al conjunto articulado de las prácticas y relaciones de poder (político) efectivamente vigentes en una sociedad (subrayado nuestro).

Camou lamenta que buena parte del debate político-intelectual latinoamericano en general, y el mexicano en particular, pase de largo esta necesaria distinción, pues oscurece las interpretaciones concretas para cada País en lo particular y reintroduce por la ventana, además, la amarga subestimación que a la cultura política de izquierda tanto trabajo le costo echar por la puerta: el consabido desdén respecto a las formalidades jurídicas. A diferencia de los regímenes políticos autoritarios del Cono Sur, la peculiar complejidad del escenario político mexicano exige tal distinción.

Al caracterizar el término transición Camou no deja de tomar como sustento teórico los conceptos de Guillermo O´Donnell y Philippe Schmitter, para finalmente señalar que la “transición política hace referencia al intervalo que se extiende entre un régimen/sistema político y otro, siendo su principal característica el hecho de que, durante la transición, las reglas jurídico-políticas del juego político no están plenamente definidas, incluso se hallan en flujo permanente y, por lo general, son objeto de una ardua contienda a efectos de establecer los espacios y procedimientos cuya configuración determinará los recursos que legítimamente pueden aplicarse en la arena política y los actores a los que se permitirá participar en ella” (subrayado nuestro).

Posteriormente pasa a remarcar la diferencia entre la transición a la democracia (o transición democrática en sentido estricto) y la profundización a la democracia (o democratización en sentido estricto) de un régimen/sistema político, concluyendo que el régimen/sistema político se encuentra atravesando un proceso de transición, especialmente acentuado desde las elecciones de 1988 y que continúa irresuelto, pero orientado en términos de una democratización política en sentido amplio, alertando que este hecho no implica que no se produzcan regresos o retrocesos de carácter autoritario. A diferencia, el sistema político está atravesando un proceso de transición, cuyo punto de partida lo constituye un sistema político de carácter autoritario o semiautoritario (subrayado nuestro).

Lo anterior lleva a Camou a distinguir la peculiar transición mexicana a la democracia del resto de las transiciones latinoamericanas e incluso europeas, porque en México  “se da una convivencia tensionada, irresuelta como tal y por tanto posible de ser recreada sistemáticamente, entre un régimen político democrático o, en una apreciación más débil, tendencialmente democrático (esto es, en estado de profundización) y un sistema político autoritario o en apreciación más débil, todavía inercialmente autoritario (esto es, en estado de transición democrática)”.

Enseguida aborda las condiciones políticas internas para la democratización (en sentido amplio) del régimen/sistema político; condiciones que están asociadas con el fortalecimiento de la sociedad civil -que incluye la conformación de un subsistema estable de partidos políticos-, la constitución de una esfera autónoma de opinión pública, un alto nivel de participación ciudadana y la posibilidad de fuertes déficit de gobernabilidad.

Sin llegar a considerar la posibilidad y los efectos de una alternancia política en el ejecutivo federal, Camou llega a la conclusión que la “democratización integral tanto del régimen como del sistema político mexicano es una empresa que tenderá a cristalizarse sólo en un mediano plazo”. Pero, para lograrlo, se requiere “que tanto el discurso político e intelectual como prácticas efectivas de los principales actores del sistema (centralmente el gobierno y los partidos de oposición) vayan configurando un campo común de preocupación articulado con base en dos polos de un mismo eje problemático: gobernabilidad y democracia.”

COMENTARIO

Con la alternancia política del dos de julio de 2000 se logró un paso fundamental en la transición y consolidación de la democracia: se acreditó la democracia como el mejor sistema de gobierno; se refrendó el principio democrático de que las minorías pueden convertirse en mayoría; el ejercicio libre del voto quedó fuera de toda sospecha; los poderes antes subordinados al ejecutivo se robustecieron, particularmente el poder judicial conquistó su autonomía en la toma de decisiones. En suma, la amplia participación ciudadana a través del voto fue determinante para desencadenar nuevos avances en el sinuoso y lento proceso de transición.

Empero, la expansión de las libertades democráticas conquistadas por la sociedad requiere de una actualización en las normas jurídicas, con el fin de empatar los ritmos y tareas que empujen a la consolidación de nuestra democracia, y eviten los sesgos restauradores que todo proceso de transición lleva consigo.

Tiene razón Antonio Camou, la transición en México es lenta y  señala acertadamente que la principal característica de toda transición es que las reglas jurídico-políticas del juego político no están plenamente definidas. A tres años del primer gobierno producto de la alternancia aún no se definen las nuevas reglas del juego democrático de un gobierno dividido o de minoría.

2.- Cultura Política y Gobernabilidad Democrática.
       Norbert Lechner.

Norbert Lechner hace una importante exposición abstracta de tendencias globales de toda América Latina. La primera se refiere a la globalización y la creciente  segmentación en el interior de cada sociedad. La segunda se refiere al desplazamiento del Estado por el mercado como motor del desarrollo social, y finalmente, lo que Lechner llama el nuevo clima cultural.

Bajo estas nuevas condiciones es pertinente repensar la actualidad de la democracia y entender los cambios de la política misma. Dice Lechner que las imágenes habituales de la política ya no logran dar cuenta de la política “realmente existente”. En otras palabras, “faltan códigos interpretativos mediante los cuales podamos estructurar y ordenar la nueva realidad social”. Este desfase, es el problema de fondo de nuestras culturas políticas.

La política está corriendo tras los hechos, sin detenerse a formular y decidir las grandes metas sociales; “la reflexión acerca del futuro deseado suele ser sustituida por el cálculo de las oportunidades dadas”. El presente omnipresente ahoga las capacidades del sistema político tanto para elaborar políticas duraderas como para diseñar nuevos horizontes. Este problema, acertadamente planteado por Lechner, socava la gobernabilidad democrática, pues una vez conquistado un “nivel mínimo” de democracia de cara al autoritarismo deviene una preocupación central: la gobernabilidad, o sea, “las condiciones de posibilidad de gobernar en el marco de las instituciones y procedimientos democráticos”. (subrayado nuestro)

La rapidez con que se despliega la política, a través de complejas redes, formales e informales, se contradice con la inercia de la cultura política. Que se explica porque los códigos mentales en uso ya no son adecuados al nuevo contexto; lo que Lechner llama la erosión de los mapas. Esta crisis, de esquemas prefabricados y que se colapsa emblemáticamente con la caída del  muro de Berlín, desvanece todo un conjunto de ejes clasificatorios, colocando a la política, dice Lechner, como todo un des-orden.

La primera gran tendencia (la globalización y fragmentación) junto con el avance de la sociedad de mercado, alteran las medidas y las proporciones y desdibujan el lugar de  la política; “ocurre una integración supranacional de los procesos económicos, culturales y administrativos en tanto que la participación ciudadana apenas abarca el marco nacional”. La internacionalización conlleva procesos de segmentación que incrementan las distancias  en el interior de cada sociedad. Aparte de las crecientes desigualdades socioeconómicas, aumentan las distancias políticas, aunque de manera diferente a las anteriores polarizaciones. Las iniciativas de descentralización debilitan los vínculos entre elites nacionales y locales y, en general, se encuentran en pleno reacomodo las antiguas tramas clientelares. Ganan preeminencia los nuevos mecanismos de mediación –televisión- que generan una cohesión rápida, pero volátil.
 
En cuanto a la gobernabilidad Lechner considera que la democracia no sólo es un principio de legitimidad, sino además, debe asegurarse una conducción eficaz. Y considera que a raíz de la diferenciación social y funcional de nuestras sociedades, se encuentra en entredicho el papel de la política y del Estado como instancias privilegiadas de representación y coordinación social. Vale decir, las demandas de gobernabilidad democrática aumentan a la vez que los recursos disponibles disminuyen. De ahí que, hoy por hoy, la conducción política representa un tema prioritario.

Finalmente, plantea que la conducción política, en los años recientes, se apoya en la comunicación. Tal comunicación, dice, funciona en la medida en que existan marcos de referencia conmensurables. Es decir, supone que los participantes comparten determinadas coordenadas.

 COMENTARIO

Ante el desmoronamiento de los viejos paradigmas y las nuevas tendencias que marcan hoy la situación en América Latina, “es crucial recomponer nuestros mapas políticos para que la política vuelva a ser una forma de hacer el futuro”. Tenemos que repensar la política a partir de las grandes transformaciones. En el caso particular de México es impostergable que la política tenga capacidad de dirigir el proceso económico, sin llegar a plantearse un estado interventor que suplante al mercado. Lo mismo entender que el mercado “no constituye un orden auterregulado” y como tal requiere de factores externos -moral, derecho, política- para delimitar y encauzar su campo de acción. Lechner señala que los casos existosos de liberalización económica descansan precisamente sobre la fuerte intervención de un Estado a la vez autónomo de presiones clientelares y populistas e inserto en múltiples redes de interacción con los actores sociales.

La falta de definiciones y acuerdos de largo plazo como las llamadas reformas estructurales y los temas relacionados con la Reforma del Estado, provocan en gran medida problemas en la gobernabilidad democrática. La política tiene que ser más eficaz para que pueda ser más creíble a los ojos de la ciudadanía. Mientras esto suceda el gobierno logrará mayor legitimidad y podrá lograr, con una adecuada comunicación, un mejor vínculo entre él y los gobernados.    
  
3.- Los adjetivos de la Democracia.
     Michelangelo Bovero

Entre la abundancia de adjetivos de la democracia, Bovero, expone con juicio crítico, lo correcto o no de sus usos. Parte de la tesis de Rusconi, según la cual la única democracia auténtica sería la democracia “sin adjetivos”. Posteriormente analiza cada uno de los adjetivos: presidencial y parlamentaria, mayoritaria y consensual, representativa y directa, liberal y socialista, etc., tomando en cuenta que, “por la naturaleza misma del objeto, los adjetivos de la democracia siempre tienden a presentarse en parejas de opuestos”.

Al abordar la pareja democracia directa y representativa, sostiene que ambas son tales “en la medida en que el derecho de participación política es equitativamente distribuido entre todos los ciudadanos, sin exclusión de género, raza, religión, opinión o censo”. La diferencia se da en la diferente estructura del proceso decisional. Esto es, en la democracia directa los ciudadanos en su conjunto adoptan decisiones colectivas, en la democracia representativa los ciudadanos determinan quién deberá tomar las decisiones colectivas. No obstante, dice Bovero, la institución fundamental, común a todos los regímenes democráticos contemporáneos, es la elección de representantes por medio de sufragio universal.

En ambos procesos decisionales pueden presentarse problemas y por lo tanto, ninguno de ellos puede erigirse “como la mejor forma de democracia en cualquier circunstancia en la que sea posible en términos prácticos”. Agregando que, un instituto de democracia directa como el referéndum ciertamente puede ser invocado como correctivo democrático para eventuales distorsiones de la democracia representativa, siempre y cuando cubra ciertas condiciones; pues “en muchos casos, el llamado directo a la “voluntad del pueblo” esconde peligros antidemocráticos: el verdadero poder no es el del pueblo que selecciona, sino el de quien plantea la alternativa entre  la (pregunta) que se debe seleccionar”.

Sea cual fuere el procedimiento, sentencia Bovero, es indispensable un cierto conjunto de reglas para decidir. “Directa o representativa, la democracia consiste esencialmente en un conjunto de procedimientos -las “reglas del juego”- que permiten la participación (precisamente directa o indirecta) de los ciudadanos en el proceso decisional político. Ello quiere decir que la democracia es esencialmente formal”. De paso, Bovero, crítica la expresión democracia plebiscitaria , pues el adjetivo contradice al sustantivo; lo mismo hace con la “democracia de los sondeos”, que en realidad es una caricatura de la democracia que, además, se contrapone a los procedimientos institucionales de decisión (subrayado nuestro).

Pero a la hora de señalar que la democracia es esencialmente formal también se presentan malentendidos, contraponiéndola a la llamada democracia sustancial o confundiéndola con la “democracia aparente”, llamándola también burguesa. Esta confusión que aún perdura, se refiere a que la democracia formal sólo tiene que ver con las formas de distribución y ejercicio del poder político y, la sustancial, a los contenidos, propósitos y resultado social.

Empero, el carácter democrático de una decisión política depende de su forma, no de su contenido. Dice Bovero, la democracia consiste no en ciertas “reglas por decidir”, para ser asumidas como decisiones colectivas excluyendo a otras, sino en ciertas “reglas para decidir”. “En suma, las reglas de la democracia prescriben la distribución lo más equitativa posible del poder político o, con más precisión, del derecho-poder de influir en las decisiones colectivas; pero no indican, no pueden indicar, para qué es usado tal poder, para tomar qué decisiones, para optar por cuál orientación política, para perseguir qué ideales” (subrayado nuestro).

En esta ruta explorativa, se encuentra también la oposición entre democracia liberal y la social o socialista. Ambas nociones son contradictorias “porque contrastan con la única concepción de la democracia analíticamente rigurosa, la concepción procedimental según la cual la democracia consiste esencialmente en un conjunto de reglas” Sin embargo, la contradicción, dice Bovero, sólo es aparente, en el sentido y en el entendido que la democracia hace suyos un conjunto de principios y valores de la tradición liberal y a la vez es una precondición indispensable para su funcionamiento. Pero también hace suyos un conjunto de principios y valores de tradición socialista (en particular la equidad en la distribución de los recursos primarios) y constituyen la precondición de esa precondición.

Finalmente, es importante aclarar que la democracia no sólo descansa en los valores de las tradiciones liberal y socialista. Dice Bovero, en su núcleo esencial e irrenunciable de reglas técnicas -las reglas del juego democrático- efectivamente están implícitos valores no técnicos, valores éticos, que constituyen la verdadera razón de la superioridad axiológica de la democracia con respecto de los regímenes no democráticos. Citando a Bobbio, Bovero, destaca cuatro “ideales” que corresponden precisamente a valores no instrumentales inscritos en las reglas técnicas de la democracia: tolerancia, no violencia, renovación mediante el debate libre y fraternidad.  

COMENTARIO

A diferencia de los países de democracias consolidadas, particularmente de Europa, en México es reciente el debate acerca de los “adjetivos de la democracia”. Prácticamente siguen siendo los adjetivos los determinantes en la definición de ideologías y políticas. Las políticas de los partidos siguen permeadas de los asuntos urgentes e ideológicos.

En nuestro país aún no rebasamos el debate acerca de las reglas del juego democrático. Siguen pendientes definiciones que hagan de la democracia la sustancia ética en su concepto ideal: libertad individual, equidad social, tolerancia e igualdad poética. Pero además, para que la democracia sea real y estable, se requiere de la definición y aplicación de políticas sociales que contrarresten los altos índices de marginación y pobreza. 






 

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