¿HACIA DÓNDE LA REFUNDACIÓN DE LA IZQUIERDA?
-Entre lo posible, lo real, lo deseable y una postdata-
Ignacio Pinacho
27 de marzo 2008
Según la Real Academia Española, Refundación significa la “Acción y efecto de transformar radicalmente los principios ideológicos de una sociedad o de una institución para adaptarlos a los nuevos tiempos, o a otros fines”. Y de acuerdo a las experiencias internacionales en la materia, existen refundaciones en direcciones diversas dependiendo de los fines que los actores políticos y sociales se proponen.
Hoy, los principales contendientes a presidir el Partido de la Revolución Democrática y otros actores del mismo y fuera de él, se han referido a la necesidad de refundar (otros han hecho referencia a la restauración y a la regeneración) esta formación política. Quienes han escrito al respecto dejan entrever que la refundación estaría orientada a modificar de raíz las prácticas y vicios al interior del partido, que en ocasión de la reciente elección interna pueden señalarse una a una.
Unos proponen un congreso constituyente que involucre a otros actores fuera del partido; otros proponen únicamente la realización de un nuevo Congreso Nacional; y hay quienes, como Cárdenas, proponen la disolución de los órganos partidarios actuales y el nombramiento de un presidente interino que prepare nuevas elecciones y que encabece una “verdadera regeneración”.
Pero antes de definir el procedimiento a través del cual el PRD logre una refundación, es importante definir el rumbo de la misma. Si la acepción literal del término, según la Real Academia Española, es la acción de transformar radicalmente los principios ideológicos, significa entonces que el PRD tendrá que pensar primero si sus actuales planteamientos ideológicos son o no los adecuados y acordes a los nuevos tiempos.
Si a su interior se organizara un debate serio al respecto, seguramente una buena parte dirá que los documentos básicos están muy bien, que no requieren modificación alguna; que más bien hay que respetarlos a cabalidad. Otros más, seguramente dirían que se necesitan algunas reformas y modificar las reglas del juego. No se sabe a ciencia cierta hasta donde quieren ir.
Quienes hemos sugerido, desde estas trincheras, la refundación del PRD, es porque vemos la necesidad apremiante de un partido diferente, una nueva izquierda. Y que necesariamente implica la revisión de fondo de los postulados ideológicos del partido o de aquellas izquierdas no partidarias que siguen siendo presa del nacionalismo revolucionario.
A pesar de que el perredismo se asume de izquierda desde hace una década y socialista a partir de su último congreso, en sus planteamientos programáticos y en su línea política siguen apareciendo claros signos de una izquierda pre-democrática, dogmática y nacionalista, que oscila entre lo viejo y lo nuevo.
En la cuestión internacional sigue sin aceptar que el proceso de globalización económica marca serios compromisos con determinadas reformas económicas y sociales, que en otros países como España y Chile ya se llevaron a cabo bajo gobiernos de centro-izquierda. Se sigue sin comprender que la soberanía se ejerce de una forma distinta a los tiempos de economías cerradas y de la guerra fría; la relatividad de la soberanía de las naciones es una realidad insoslayable y consustancial a todo compromiso con organismos y tratados supranacionales.
Por otra parte, el PRD sigue siendo condescendiente con regímenes autoritarios y movimientos terroristas o presuntamente guerrilleros inmiscuidos en actividades ilícitas, vgr. La ETA y las FARC. Nos hay deslindes, en el mejor de los casos hay silencio. La lucha contra las injusticias y a favor de los derechos humanos debiera ser, recordando al Che, en cualquier parte del mundo.
En la cuestión nacional sus propuestas programáticas son más bien un pliego de buenas intenciones, otorgándole al Estado un poder omnipotente. Por ello no es de extrañar que añoren las políticas económicas aplicadas hasta el sexenio del último presidente de la revolución mexicana, como lo dijo López Portillo refiriéndose a su mandato. No son capaces de reconocer que el tránsito de una economía cerrada a una abierta obligadamente requería de serios ajustes en la economía y en la estructura económica del estado, que, los gobiernos llamados neoliberales, impulsaron a raja tabla y a pie juntillas por recomendaciones del llamado Consenso de Washington.
Pudo haber sido distinto, probablemente, como sucedió en Chile (tanto en la época del dictador Pinochet como en los gobiernos de centro-izquierda), o en la España de Felipe González; incluso, en Brasil en su periodo de transición democrática. Pero en México contábamos -en ese momento- con una oposición débil o domesticada y en muchos casos de visión cortoplacista, aunado a la existencia de gobiernos priistas autoritarios.
La inversión privada en PEMEX y CFE es vista como la pérdida de la soberanía, y la Constitución Política como la biblia que salvará a “nuestros” monopolios sagrados, sin importarles una lucha frontal contra el charrismo sindical que sigue siendo una batalla de las izquierdas, que se precian serlo. La defensa de las conquistas de los trabajadores se confunde con la defensa de prebendas de las castas sindicales y clausulas contractuales que únicamente inhiben o nulifican la capacitación, la movilidad y la productividad. Las consignas siempre han sido las mismas: no a las reformas neoliberales; no a la reforma laboral, no a la reforma educativa, no a la reforma del IMSS y del ISSSTE, etc. Y la estrategia política semejante: no al debate de las propuestas, no al análisis ni a la información objetiva como tampoco nada de diálogos y acuerdos; y sí a la movilización popular a toda costa para rechazar, al margen de las instituciones, todo aquello “que no sean nuestras propuestas”.
En la cuestión indígena el retroceso es semejante o mucho mayor. Mientras las violaciones a los más elementales derechos de los indígenas siguen siendo el pan de cada día en y entre las comunidades, los indigenistas que militan en algunas izquierdas siguen lamentándose y rechazando las grandes proezas de Cristóbal Colón y Hernán Cortés. Hay una lectura ahistórica de los hechos. También sigue sin resolver la falsa disyuntiva entre desarrollo y medio ambiente, oponiéndose sin ton ni son a proyectos de suma importancia como la Parota, en el estado de Guerrero.
Estos son algunos de los preceptos ideológicos que el PRD tendría que dejar atrás si realmente pretende refundarse; empero, como es factible que no vaya por ahí, el proyecto más importante de la izquierda mexicana seguirá ocupando el espacio que el PRI nacionalista había dejado con el Salinismo. Su crecimiento seguirá dependiendo de lo que haga o deje de hacer su hermano gemelo.
No dudo que distinguidos dirigentes y militantes estén viendo la refundación de su partido como un tránsito obligado hacia la socialdemocracia. Esto es buena noticia. Otros exigirán la restauración del planteamiento original del partido. Aunque a decir verdad, lo único rescatable de ese planteamiento original de 1989 es la idea de ser un partido estrictamente ciudadano y no corporativo y clientelar como lo es hoy.
Y sobre este último tema quizás haya más consenso: modificar estatutos y reglas que corten de tajo con los vicios que brillaron a su máximo esplendor en esta última elección. No es cosa fácil porque mucho de lo observado en sus elecciones obedece también a la poca o nula cultura democrática de sus grupos y bases que integran el partido. No hay formación cívica y ética, hay mucha ambición (vocación la llaman) por el poder
Por cierto, cabría recordar un dato de relevancia sucedido en su VIII Congreso cuando diversos dirigentes pretendieron impulsar ciertas modificaciones al sistema de elección de dirigentes: dejar de lado el voto universal por las Convenciones de Delegados. No prosperó, por la simple y sencilla razón que la mayor parte de los intereses clientelares estaban por ser acotados. Pero también hay un error al confundir que el voto universal en sí propicia los fraudes electorales, porque entonces se corre el riesgo de caer en el otro extremo: en cerrar los espacios a la participación y que los grupos califiquen “a los mejores”, como sucede actualmente con las candidaturas plurinominales. En fin, no es el propósito del presente ensayo explorar las posibles reformas en esta materia.
Convocar a un Congreso únicamente para cambiar el tipo de partido sin ir a la esencia de sus contenidos culminaría en un nuevo remedo, que para empezar tendrá que elegir a sus delegados por el mismo sistema que hoy está en crisis. Un Congreso así no sería de Refundación ni tampoco sería atractivo para cientos y miles de ciudadanos que buscan un referente de izquierda diametralmente opuesto al actual.
Una Refundación de gran calado supone impulsar cambios de raíz en cuatro diferentes planos: en materia de contenidos programáticos; en los estatutos y reglamentos; en materia de estrategia política; y en materia de cultura cívica y democrática. Pero además, la disolución del partido sería la mejor vía para encaminarse a una metamorfosis semejante a la que vivió el PMS para dar vida al actual PRD.
Además hay otro problema, vista una refundación en estos planos muchos liderazgos nacionales, regionales y locales tendrían que hacerse el Harakiri. Sin embargo, las prácticas corporativas y clientelares han sido el modo de vida y de enriquecimiento de muchos y es de dudar que tengan cierta vocación de sacrificio.
Finalmente, no sabemos como el perredismo saldrá de su actual crisis. Se pueden explorar muchas salidas porque las hay, pero es de importancia capital (decisión histórica) que el PRD se replantee en serio qué izquierda quiere o pretende ser, porque si al final todo se reduce a ciertos cambios cosméticos y terminan por dejar intactos el perfil y el rostro que ya demostraron no poder convencer a la mayoría de la población, significará otra oportunidad pérdida.
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