viernes, 22 de junio de 2012

VOTO INFORMADO Y RAZONADO


VOTO INFORMADO Y RAZONADO
-O porque no votaré por AMLO y sí por Josefina Vázquez Mota-
 Ignacio Pinacho

Los que me conocen seguramente no les causa sorpresa esta decisión, pero los que apenas me están conociendo seguramente estarán sorprendidos. Mi decisión, como me he cansado de repetirlo desde el año 2000, no significa que me identifique con el Partido Acción Nacional. Siempre he militado en las corrientes de izquierda; como muchos otros amigos y amigas surgimos de las cruentas batallas en contra del viejo régimen autoritario, en los años cuando estaba estrictamente prohibido las manifestaciones pacificas en el Zócalo de la ciudad de México, cuando la televisión y todos los medios de prensa estaban a la orden de su majestad el presidente; cuando estaba proscrito para las izquierdas la lucha legal por el poder público. Una época donde la lucha cívica prácticamente no existía. Era sustituida por las batallas gremiales desde los sindicatos, colonias populares, comunidades agrarias y en las universidades públicas. La izquierda, en suma, tenía que recurrir a métodos clandestinos y semi-clandestinos para poder organizarse.

Hoy ya no es así. Finalmente, después de intensas batallas, de reformas legislativas, de pactos entre las principales fuerzas políticas y de lucha cívica, gozamos de libertades plenas. Transitamos de un régimen autoritario a uno esencialmente democrático. Pasamos de un régimen político y electoral dónde el sufragio era una formalidad y muchas veces violentado, a un régimen político y electoral dónde el sufragio se respeta y los súbditos se convierten en ciudadanos; pasamos de un sistema de partido hegemónico a un sistema de partidos plural y competitivo; pasamos de una presidencia con poderes meta-constitucionales, sobre la cual giraban las decisiones del país a una presidencia acotada y democrática; pasamos de la subordinación de los poderes legislativo y judicial al ejecutivo, al equilibrio e independencia de los poderes de la unión; pasamos de un federalismo subsumido al ejecutivo federal a un federalismo cuyas entidades adquieren autonomía; pasamos de un sistema de elecciones sin competencia y de partidos de oposición testimoniales a un sistema de elecciones competitivo y de partidos con clara vocación de poder.

Efectivamente, no es un régimen democrático perfecto como tampoco ha sido capaz de resolver o disminuir los altos índices de desigualdad social. Parafraseando a Vargas Llosa, diría que pasamos de la dictadura perfecta a la democracia imperfecta. En esta etapa estamos. Y nuestras izquierdas, principalmente el PRD y Morena, no han sido capaces de entender su nuevo rol en esta nueva etapa histórica del país. Siguen arrastrando métodos y políticas del pasado para enfrentar los problemas del presente y el futuro. Debo reconocer que al interior del PRD existen tendencias democráticas y liberales muy representativas, pero aún no han logrado traducir su fuerza en un mejor discurso, en una propuesta programática y en el ejercicio de mejores prácticas.

Si en la época del autoritarismo fuimos más efectivos utilizando métodos heroicos de resistencia que dejó a muchos luchadores en el camino, hoy esta izquierda ha sido incapaz de renovarse y asumirse como una izquierda comprometida con las instituciones democráticas y con las políticas públicas de estado que -en conjunción con otros partidos y fuerzas democráticas- ella misma forjó y que fueron parte de su plataforma política durante muchos años. En otras palabras, nuestras izquierdas en general fueron más eficaces y responsables en la época del autoritarismo que en los tiempos de la democracia. ¡Vaya paradoja!

Esta falta de identidad con la democracia y sus valores, con las instituciones de la república, con el apego a la legalidad y el ejercicio pleno de las libertades políticas al unísono con la equidad y los derechos sociales, me han alejado de sus propuestas, partidos y candidatos. No descansaré por contribuir a la organización de una izquierda liberal, comprometida con las libertades individuales y los derechos sociales, de no canjear el alimento por las libertades y a la inversa. Una izquierda que honre los derechos humanos en todos los órdenes de la vida social, pero que no los deshonre al venerar gobiernos dictatoriales como los de Venezuela, Cuba, Corea del Norte, China, entre otras; una izquierda congruente con el impulso de políticas públicas que contrarresten la desigualdad social y no solo se dedique a establecer programas sociales con grandes sesgos de inequidad y desigualdad, que producen clientes y no ciudadanos; para los cuales, por cierto, se tiene que recurrir a altos índices de endeudamiento público.

El programa económico y social enarbolado por Andrés Manuel López Obrador desde hace seis años, tiene un sentido esencialmente estatista-populista, en el sentido que el Estado Mexicano se convierta como el principal promotor de la economía, con un presidente fuerte y voluntarioso, con una reducción de los costos del aparato burocrático y con el fortalecimiento de sus monopolios estratégicos, como medidas fundamentales para un cambio verdadero en la economía; recurriendo a la arenga desde la presidencia de la república, en el caso de que si los de arriba no quieren los cambios será el pueblo el que los decida en las calles.

Los cambios verdaderos en tiempos de la democracia ya no se hacen por decretos presidenciales, voluntarismo, por golpes de mano, con la subordinación de los otros poderes de la unión a los dictados del ejecutivo, o través de expropiaciones. Esos tiempos ya pasaron. Hoy los principales cambios se procesan a través de las propias instituciones, a través del congreso y del propio poder judicial, sin arrebatos, sino a través del dialogo y el acuerdo. Haciendo de la política un arte para la negociación y pactos de largo aliento que beneficien a la sociedad.

La política de las descalificaciones, de choque, de convertir cada contienda  entre buenos y malos, entre leales y traidores y de asumirse como los poseedores absolutos de la verdad, ha llevado a esta izquierda no solo al conservadurismo que renace la fe ciega en los postulados y en las personas, sino al obscurantismo que fomenta no precisamente simpatías a causas y propuestas, sino fanáticos alienados a dogmas y dispuestos a morirse por ellos. En estos tiempos modernos estas manifestaciones se expresan de una manera fehaciente y nítida en las redes sociales y en las concentraciones masivas. Los cultos a personalidades y doctrinas políticas inalterables no son signos, ni muchos menos, de una izquierda racional, liberal, crítica y autocrítica.

Al analizar las propuestas de gobierno (recomiendo consultarlas en http://preguntasaloscandidatos.org/ ) y observar las redes de compromisos de cada unos de los candidatos, me encuentro que AMLO tienes más ligas con los intereses y prácticas del pasado que JVM; tiene más compromisos con personajes privilegiados que JVM; Obrador tiene más identidad con el viejo sindicalismo charro y neocharro; incluso, López Obrador ya se comprometió ante los empresarios quitarles el IETU que graba directamente sus utilidades. Impuesto que le generó al gobierno de Felipe Calderón serias desavenencias y distanciamientos con el sector empresarial. Más empresarios privilegiados están del lado de Obrador que de Vázquez Mota, y no precisamente progresistas como Alfonso Romo.

No niego acuerdos y pactos con empresarios y con su elite, porque la mayoría son generadores de riqueza y porque este país no se debe gobernar sin ellos. Lo que no comparto es que primero se despotrica en su contra y luego se les reúne para pasarles la charola. Estos acuerdos suelen ser más de su conveniencia que de alianzas duraderas por el país.

Conceptualmente la izquierda surge precisamente de oponerse a los privilegios del Rey y el movimiento de ilustración en contra del oscurantismo y fanatismos. Las posturas del candidato del Movimiento Progresista en materia de libertades y derechos para las mujeres y del Movimiento lésbico-gay son semejantes a las de Enrique Peña Nieto. Las relaciones y compromisos soterrados y públicos de Obrador con la iglesia durante su gobierno en el DF son ejemplos de su conservadurismo. Como dice Marco Rascón la derecha es un lugar que está más allá de Guanajuato.

 

El proyecto de la República Amorosa es la continuidad de los postulados conservadores de López Obrador. En esa república, como dice Roger Bartra, se reúnen tanto las formas cristianas como las ideas populistas, bajo la expresión tolstoiana. O como lo expone acertadamente Jesús Silva-Herzog Márquez: bajo la democracia, el vínculo entre gobierno y sociedad es el de la representación electoral. Sólo se entiende como un encargo, nunca como una devoción. Reconocer al poder político, respaldarlo incluso, no implica adorarlo. Y reconocerse parte de una sociedad no supone el ignorar diferencias o abdicar a los antagonismos bajo el discurso de la fraternidad patriótica. El conflicto, el desacuerdo, las antipatías y aversiones son parte vital de una sociedad vital. Sólo el conservadurismo más terco podría condenar esas tensiones y emociones sociales como traiciones a los deberes del amor.

 

En consecuencia, no me identifico en absoluto con la religiosidad de la política de López Obrador, tanto por ser un ateo confeso como por considerar que los pilares fundamentales de una republica democrática no está en el amor al prójimo, sino en el laicismo, en el estado de derecho y en los poderes de la unión.


Mi deslinde con una buena parte de los postulados y propuestas de López Obrador, no significa que Josefina Vázquez Mota representa a la izquierda, ni mucho menos,  a la que reivindico. Porque si se trata de encontrar candidatos ideales regularmente estos no existen. Los candidatos ideales como Heberto Castillo o Gilberto Rincón Gallardo ya no están,  son otros los que estarán en la boleta el próximo primero de julio. No comparto la idea de anular mi voto, prefiero una decisión a partir de coincidencias; porque en política, entre demócratas los diálogos y los acuerdos traen mejores resultados.

Por ello, me parece que JVM es más cercana a los postulados liberales que, traducidos a un programa de gobierno, significarían la modernidad de nuestra economía; que cuenta con un mejor conocimiento de las políticas públicas de combate a la pobreza y con la cual se puede tejer una amplia alianza liberal sobre puntos nodales de reforma que el país requiere. Es una demócrata convencida, que respeta las instituciones, las reglas de competencia y los logros alcanzados en materia de derechos individuales, en contracorriente de los grupos conservadores de su partido. Pienso que el principal error de su campaña fue no haberse distanciado aún más de esos sectores conservadores y correrse hacia las corrientes de izquierda liberal.

Su liberalismo es más consecuente que el que postula el candidato Gabriel Quadri, aunque a decir verdad éste es más explicito en algunos rublos, rayando incluso en el neoliberalismo; El liberalismo de JVM la aleja del sindicalismo de los privilegios y la corrupción como el SNTE que impulsa a Quadri; y del sindicalismo corrupto y delincuencial de Napoleón Gómez Urrutia o el de los privilegios y de la impunidad que goza el SME, que apoyan a López Obrador.

 

La propuesta de Gobierno de Coalición de JVM, aunque no lo suficientemente desarrollada y expuesta, me parece que es el mejor reconocimiento a la pluralidad política existente y de que la presidencia imperial es cosa del pasado. Quienes aún aspiran a gobernar bajo el esquema del viejo régimen de que una presidencia fuerte y con mayoría absoluta en las cámaras es la única solución a la parálisis y a la ineficacia gubernamental, implícita y explícitamente quieren sepultar el pluripartidismo en el Congreso y revivir estilos de gobernar a la vieja usanza.

 

No comparto, como lo plantea el candidato del PRI y se gobierna en el DF, el establecimiento de candados de gobernabilidad que fomentan la sobrerrepresentación del partido gobernante  y elimina el pluralismo expresado en las minorías partidarias y parlamentarias. Los regímenes políticos de partidos hegemónicos deben quedar atrás y dar paso a regímenes semi-parlamentarios o parlamentarios, para quitarle el peso simbólico, cultural y político de que las personas pesan más que las instituciones.

No son todas, pero estas son algunas de las consideraciones primordiales de porque estoy convencido que no debo de votar por Andrés Manuel López Obrador y si debo hacerlo por Josefina Vázquez Mota. Sé que rompen con las “buenas conductas” de nuestras izquierdas, pero es preferible a ocultar mis preferencias electorales en una elección que deben estar marcadas más por las propuestas que por las ocurrencias o fobias ideológicas.

Finalmente, les comento que un grupo de compañeros que nos identificamos con los preceptos de una izquierda liberal y diversas agrupaciones políticas, estaremos presentando nuestra notificación al IFE en enero próximo para iniciar y convocarnos a la construcción de un nuevo esfuerzo-proyecto partidario. Vale la pena intentarlo.

  
22 de junio de 2012



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