EL PRD YA CUMPLIÓ SU CICLO
¿QUÉ SIGUE?
Ignacio Pinacho Ramírez
"¿Por qué se ha de temer a los cambios?
Toda la vida es un cambio."
H.G. Wells
H.G. Wells
El Partido de la Revolución
Democrática, surge con el propósito de impulsar y hacer valer un régimen
democrático y pluralista, para dejar atrás el “régimen de partido de estado”.
Las reformas políticas sucesivas posteriores a 1988 han hecho valer,
esencialmente, la agenda por la cual surgió este partido.
Pasamos de un régimen político
dominado por un solo partido a un régimen plural de partidos, de una división
de poderes subordinado al ejecutivo a uno de mejores equilibrios y contrapesos,
de gobiernos monocolores a gobiernos divididos, de un sistema totalmente opaco
a uno donde la rendición de cuentas y transparencia es una posibilidad real; en
fin, un régimen político que es esencialmente diferente al que nos dominaba
hace tres décadas.
Sin dejar de insistir en una
agenda que perfeccione y consolide nuestras prácticas e instituciones democráticas,
las prioridades actuales se centran en la economía y en la cuestión social, derivadas
de una eminente y grave crisis fiscal, y las relacionadas con la seguridad y
justicia; prioridades recurrentes para la mayoría de los actores políticos y económicos
del país, sin importar el tinte partidario e ideológico.
Ha llegado el momento donde la
dirigencia perredista se pregunte seriamente de si su partido es el instrumento
más adecuado y funcional para el impulso de una nueva agenda, que rebase la
dicotomía izquierda-derecha, que coloque al centro de su propuesta la
disminución sustancial de la desigualdad social; y, por lo tanto, si sigue siendo
un aglutinador de las nuevas generaciones y movimientos cívicos que se indignan
con el statu quo de la corrupción y
de la violación permanente de los derechos humanos.
Sus resultados electorales del pasado 7 de junio solo son un
indicador; aunque a decir verdad la tendencia en su aceptación va a la baja. El
surgimiento de Morena a costa de su
militancia seguramente lo irá debilitando aún más. Las causas pueden ser
múltiples, pero existe una esencial: su modelo de partido y su visión estratégica
de poder se ha agotado; y con ello su credibilidad y su viabilidad como proyecto
innovador y creíble.
Si su transformación únicamente la
ligan a la necesidad de un nuevo discurso, a una revolución ética a su
interior, a una mejor selección de sus candidatos y en la tan socorrida unidad
de las izquierdas, seguramente sus intenciones no pasaran de ser un partido en competencia
permanente con Morena y no con las otras
dos opciones más competitivas.
Por lo escuchado en sus
principales dirigentes, de forma errónea se sigue pensando que la toma del
poder político en México obligadamente tiene que ser con las llamadas
izquierdas, cuando que el deslinde entre ellas ya es más que evidente. La ruptura
no solo es orgánica, sino también ideológica y de proyecto de nación. Sus
visiones son cada vez más contradictorias y de mayores tensiones políticas con en
el caso del Distrito Federal. Ni Morena
es un proyecto moderno que ofrezca certeza democrática y estabilidad económica
al país. Ni el PRD -por sus fracasados gobiernos estatales llenos de prácticas atrapadas
en la cultura del viejo régimen- está en condicione de volverse creíble para
los actuales retos del país.
Lo que el país requiere no es
una disputa por ideologías, sino una propuesta de país que las cruce con nuevas
formas de organización para dejar atrás a las tradicionales; que permitan, por
lo tanto, la incorporación de nuevos actores políticos, sociales y económicos. Su
dirección nacional debiese de entender que alrededor de las historias en las
fuerzas de izquierda y progresistas del mundo, hay momentos y procesos de
renovación insalvables que implican su propia desaparición y refundación. Este es el momento del PRD.
El sistema de organización partidaria
de las izquierdas, como el de otros partidos, es demasiado rígido; basado en un
esquema presidencialista de dirección política y una organización territorial
más clientelar que ciudadano. Su aparato y agendas territoriales están más
pegados a las coyunturas electorales y a los estímulos económicos; la
militancia ha cedido el paso al empleador; los grupos y tendencias se reducen a
la disputa por los espacios sin la mínima consideración a las ideas y al debate
de proyectos.
Un planteamiento partidario innovador
tendría que dejar atrás la tradicional dicotomía izquierda-derecha para dar
paso a la del liberalismo-conservadurismo. Al mismo tiempo, debe centrar su
agenda en la inevitable necesidad de reducir la desigualdad social, con un
combate frontal a la corrupción; lo que significa, entre otras cosas, un
deslinde claro con las principales elites económicas y políticas que han
mantenido al país atrapado en los círculos viciosos que generan un mayor
deterioro de la política y una aguda polarización y exclusión social.
No se trata de abandonar las ideologías
porque éstas son consustanciales a los intereses organizados en los partidos.
¡No! Se trata que ninguna de las expresiones a su interior se sobreponga a las
demás; se trata de que todas jueguen en plena libertad respetándose unas a
otras, por el grado de su representación. Un nuevo sistema de organización, de carácter
frentista, donde ninguna expresión ideológica se sienta sojuzgada y subordinada;
que todas se sientan respetadas y en condiciones equitativas de competencia.
Visto así las cosas, podríamos considerar
que el PRD ya cumplió
su ciclo. Su mejor perspectiva es la de poner su registro a disposición de una
nueva concepción cívica para que, en conjunto con otras fuerzas políticas y
liderazgos, se convoque a un Congreso Constituyente y de vida a un nuevo
partido político nacional de carácter frentista, plural en ideologías pero
eminentemente demócrata, sustentado bajo preceptos del nuevo progresismo,
liberal e igualitario.
14 de julio de
2015