¿TIENE
SENTIDO LLAMARSE DE IZQUIERDA EN MÉXICO?
Ignacio Pinacho Ramírez
18 de marzo de 2014
“¿Todavía
existe la izquierda, René?” Si, respondí, pero como siempre, fragmentada,
dividida, desconcertada, en su mínima expresión y fuera de los partidos. El
reportero insistió: “Lorenzo Meyer dice que no existe más.” Puede que tenga
razón, él contribuyó a esa desaparición al creer en López Obrador como el
salvador, concluí.
(René Avilés Fabila)
La
interrogante es sumamente provocadora e incurro en lo políticamente incorrecto.
Ya me jodí, ni modo. Para muchos ser de
izquierda es una cuestión de patria o muerte. Para otros no llamarse de
izquierda es una traición. Muchos más nos consideran agentes de la derecha a
quienes criticamos a la izquierda desde la izquierda, también nos acusan de ser
“neoliberales”, muy a pesar de ser severos críticos con los privilegios que
ostentan los monopolios privados y
estatales, así como con los privilegios que ostenta la “aristocracia obrera”, y
con los nuevos ricos que desde la izquierda han amasado mucho dinero.
También
criticar al régimen político de Cuba, Venezuela, Corea del Norte y al extinto dictador
Gadafi es hacerle el juego a la derecha y al imperialismo. En fin, es una lucha
de frases y de epítetos. Pero además, quienes suelen ser los férreos defensores
de esta cultura de izquierda son quienes idolatran a caudillos (culto a la
personalidad) y fomentan las prácticas paternalistas más nefastas que obstruyen
la emancipación de la clase obrera y popular, que, decía Marx, debe ser obra de
ella misma; o sea, algunos son marxistas sin haberlo leído. Es una izquierda
que se opone a todo tipo de impuestos pero que si reclama para sí un estado
fuerte que atienda todas sus demandas sociales.
Desde
otra visión, también existe un sector de la izquierda partidaria que se reclama
y se ha reclamado socialdemócrata, pero que, también han resultado -con muchas
honrosas excepciones, por fortuna- una
bola de rufianes y corruptos, pero que, al mismo tiempo, admiran o han sido
seducidos por los dictadores del trópico. Lo cierto es que “el hábito no hace
al monje”.
Dicho
de otra manera, a pesar de su virulenta defensa ideológica, la izquierda en
México suele ser como la derecha yunquista en materia de libertades y derechos
individuales; como lo fue Obrador al frente del GDF o Mancera persiguiendo a
las sexoservidoras bajo el manto de la trata de personas, pero sin promover
ninguna legislación para legalizar esta actividad laboral que existe desde que
la tierra es habitada por el hombre. Otra perla. Son férreos opositores al
monopolio de Televisa, pero con TV Azteca no tanto y menos con el hombre más
rico de las comunicaciones. Para ellos, la “corrupción de izquierda” (vgr.
Línea 12 del metro) no es tan dañina como la “corrupción de derecha” (vgr.
Oceanografía y Monex). Las reformas de EPN -por sentencia divina- son pactos
oscuros con la “derecha internacional”, no obstante que, en sí mismas, este
tipo de reformas enfrentarán y enfrentan privilegios creados desde el viejo
régimen de las concesiones. En materia energética, esta izquierda confunde la Constitución
Política con la biblia y al petróleo con el agua bendita.
La
bandera contra el charrismo sindical -de
los privilegiados del viejo régimen priista- solo es cosa del pasado, por la
sencilla razón de que se han convertido en sus aliados; como lo fue la Quina;
Napoleón Gómez Urrutia, hoy prominente columnista del periódico la Jornada; y
el eterno Francisco Hernández Juárez al frente del sindicato de telefonistas, así
como la casta burocrática del STUNAM o la otrora democrática CNTE.
También
para muchos ser de izquierda es defender los usos y costumbres de los grupos
indígenas en el país, muy a pesar de la evidente y sistemática violación de los
derechos constitucionales de votar y ser votado, así como de los derechos de
las mujeres indígenas. Los antropólogos
de izquierda e indigenistas europeos, aliados de Marcos, terminan por fomentar el odio hacia Cristóbal
Colón y la discriminación a quienes no piensan igual.
Por
eso, definirse de tal o cual ideología sustentada esencialmente, como diría
Lenin, en consignas y frases
revolucionarias de nada sirve si no se va a la raíz de los problemas, y extirpar
los males que aquejan tanto a este país. Por lo mismo, prefiero quedarme con
esta sentencia lapidaria de Ortega y Gasset que dicta en su clásico libro “Rebelión
de las masas”: ser de la izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir
para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de la Hemiplejía moral.